En España, por fortuna, hace tiempo que
hemos recuperado la libertad, pero la verdad histórica sigue ausente. A partir
de los años 60, los perdedores de la Guerra Civil ganaron la guerra de la
propaganda.
(Rafael Zaragoza)
La miniserie que
Telecinco ha emitido recientemente, «Lo que escondían sus ojos», ha enrabietado
a los habituales antifranquistas retrospectivos. Sin ir más lejos, Cristina
Almeida declaraba hace poco en «la Secta» que no se puede tolerar que se emita
una serie que idealiza a Serrano Súñer (mano derecha de Franco del 38 al 42),
así como a la vida social y cultural de aquellos años 40.
Sin entrar en la
hemiplejía moral de ésos que al mismo tiempo elogian la legión de películas que
ensalzan al totalitario Frente Popular, llama la atención su ignorancia sobre
los años 40, concebidos sólo como una época de militares y curas, y sin vida
cultural. No es así.
La serie narraba los
amores prohibidos entre Serrano Súñer y la marquesa de Llanzol, con la que
tiene una hija secreta, la muy estilosa e inteligente Carmen Díez de Rivera, la
llamada musa de la Transición. Carmen se enamora sin saberlo del hijo de
Serrano, su hermanastro, hasta que es advertida y se marcha de misionera. Como
amiga del Rey y Suárez, a su regreso, influye en la legalización del PC. Con el
tiempo se afilia al PSOE. Muere muy joven, a los 57.
Pero no pretendo
centrarme en la miniserie, sino responder a los falsos tópicos que como
reacción a su emisión se han repetido sobre la política germanófila del régimen
y la supuesta aridez cultural de los años 40.
Hay que recordar que
el brillante Ramón Serrano Súñer encabezó a un solvente equipo de intelectuales
y políticos falangistas que, ante la presión alemana, consiguió dar largas a la
entrada de España en la Guerra Mundial. Sólo tras el ataque de Hitler a Rusia,
y quizás para compensar esa negativa, enviaron allí a los voluntarios de la
División Azul. Algunos de estos falangistas, en el transcurso de pocos años, se
opondrían a Franco.
Cabe señalar que el
primer falangismo fue un movimiento nuevo, vivido con tanto romanticismo como
la izquierda vivió su utopía. En aquellos años no se conocía en qué iba a
desembocar el fascismo, cosa que se sabía ya del comunismo, en vigor desde 1917
en Rusia. No entramos en lo que luego sería la violencia falangista, surgida
como reacción a la revolucionaria, en especial de las JJ. SS. Desde luego, la
Falange fue un movimiento antidemocrático, pero tal como lo fue la izquierda
socialista y comunista. Como se ha visto recientemente en los documentos de
ABC, el único intento de derrocar al caudillo con fines democráticos que hubo
fue el de Don Juan.
Pero volvamos a los
aspectos culturales de esa época, falsamente limitados al exilio. Es verdad que
el estado franquista arrasó la disidencia. Pero la creatividad empezó a
germinar desde muy pronto, eso sí, en medio de grandes dificultades. Ya en el
año 40 se publica la revista «Escorial», dirigida por Laín Entralgo y Dionisio
Ridruejo, que supuso un esfuerzo por reanudar la convivencia.
La propia Falange
reunió a una gran pléyade de intelectuales, como Ridruejo, Sánchez Mazas (padre
de los S. Ferlosio), A. de Foxá, Michelena, Miquelarena, José María Alfaro (los
anteriores redactaron el «Cara al sol» junto a José Antonio), Tovar, Vivanco,
L. Rosales, Torrente Ballester, Samuel Ros, Víctor de la Serna, G. Serrano, A.
Cunqueiro, Edgar Neville, etc. El propio José Antonio presidió la tertulia «La
Ballena Alegre», y se rodeó de su famosa corte literaria. Según Trapiello, fue
amigo de Federico García Lorca, para disgusto de Ian Gibson.
El supuesto «páramo
cultural» español de antes del 55 fue rebatido muy especialmente por Julián
Marías (nada sospechoso de franquismo) en el año 76, en su artículo «La
vegetación del páramo», donde se da cuenta de la frondosidad cultural de
aquella España. Julián Marías demuestra que los grandes autores del 98, y de
las generaciones siguientes, comienzan muy pronto a escribir: Menéndez Pidal,
Azorín, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Zubiri, Morente, Gerardo Diego, Dámaso
Alonso, V. Aleixandre, Mihura y Marañón.
Sin entrar en otros
terrenos artísticos o científicos, también muy productivos, Marías menciona un
nuevo brote de poesía tras la Guerra Civil, como Celaya, L. Panero, Rosales,
Buosoño, Ridruejo y Blas de Otero. También en esos años escriben nada menos que
Cela, I. Agustí, C. Laforet, Gironella, M. Delibes, Aldecoa, José Luis
Sampedro, Buero Vallejo, Laín Entralgo, Menéndez Pelayo, F. Chueca, Díez del
Corral, J. A. Maravall, Lapesa, Díaz Plaja, y el propio Julián Marías. Yo
añadiría nombres como los de M. Machado, J. M. Pemán, E. D´Ors, J. Camba y el
mejor prosista catalán del siglo XX, Josep Plá.
En Cádiz también
tuvimos la revista «Platero», de F. Quiñones, y «Postismo», de Carlos Edmundo
de Ory. ¿Hay un panorama cultural remotamente parecido a esto en la actualidad?
En España, por
fortuna, hace tiempo que hemos recuperado la libertad, pero la verdad histórica
sigue ausente. A partir de los años 60, los perdedores de la Guerra Civil
ganaron la guerra de la propaganda e hicieron desaparecer a muchos de estos
autores de los medios de comunicación y de los manuales, al margen de su
calidad literaria. En otras palabras, se fue sustituyendo el relato franquista
por otra «verdad histórica» igual de deformada y tendenciosa. Y
desgraciadamente, en ésas seguimos.
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