EL VALOR DE LA CALLE
Miedo hay que tener a descubrirte con miedo a la libertad. La calle hay que defenderla
También las calles las está perdiendo la clase media. En esta guerra sin tiros pero con seis millones de bajas, aumento de las clases enriquecidas, tragedias familiares, dramas universitarios y matrimonios rotos por el catalizador canalla de una crisis que huele a estafa, las clases medias siguen perdiendo la guerra. Y cada día el parte de bajas aumenta. Ahora estamos perdiendo las calles. Poco a poco. A paso de costalero guapo. Llevando el barco sobre los pies y moviéndose al compás de la marcha que toca la corrección política. Soleá dame la mano. Dame la mano que es mucha la soledad de esta clase social que lo está perdiendo todo: el trabajo, la dignidad, el sustento, ¿el futuro?, no, eso está lejísimo, está perdiendo el presente. Y con el presente está perdiendo las calles, el ágora, el foro donde se encuentra la ciudadanía para presentar un libro, para homenajear a las víctimas caídas por la España constitucional en el Afganistán vasco de la capucha, el hacha y la víbora. En esta guerra también estamos perdiendo las calles. Os lo digo con la verdad y la desnudez del que nunca comió del pesebre y que, orgullosamente, en esta curva ya pronunciada de mi vida, puede decir, de la mano del Beni, que en mi hambre mando yo. Hasta que mande el hambre más que yo. Y entonces engrosaremos la lista de caídos. Todo es posible en la guerra.
La semana pasada y la anterior, según el parte de guerra, perdimos
dos nuevas posiciones estratégicas. Una en una librería donde se
negaron a presentar un libro sobre José Antonio. El miedo es el
termómetro del fascismo, del toro que se vuelve buey de carretón. Esta
España, a pesar de lo que tan hermosamente cantara Hernández, se ha
vuelto un pueblo de bueyes. El toro, esa negra espuma de la tarde, se ha
dormido. Y con Hernández hay que hacer sonar las latas y brillar las
picas para que despierte. Alza, toro de España, levántate, despierta…,
escribía el alma dolida de un Hernández patriota. Una librería se negó a
dar cobijo a un escritor que había escrito sobre José Antonio. Y lo
hicieron por miedo. Cuando miedo hay que tener a descubrirte con miedo a
negar la libertad de expresión. Si yo tuviera un martillo, como aquella
canción de Trini López que bailamos en nuestra perdida juventud,
remachaba las puntillas que consagran las cuadernas constitucionales de
las libertades para que, por ninguna rendija, entrara el miedo a la
libertad. La clase media perdió aquel día una colina estratégica. Y el
sábado, en la Pescadería, perdió toda la caja del pescao. Nos robaron el
pescao de manera humillante.
Alza, toro de España, levántate, despierta. Tanto nos ha dormido el opio de la equidistancia, la morfina del panfilismo político que, el Día Nacional, un grupo de personas fue agredido salvajemente por una partida de jabalíes montunos que asaltaron la calle que nos pertenece. Esa calle llamada libertad. Libertad de reunión, de expresión y de manifestación. Los agredidos portaban banderas constitucionales. Y proclamaban el derecho inalienable de disfrutar del Día de todos los españoles reivindicando el Peñón. Yo no quiero del Peñón ni las chocolatinas «After Eight». ¿Soportar en este traje mal hilvanado por los nacionalismos soberanistas que aún es España a cuatro llanitos creyéndose el culo de la reina Isabel II? Tequieiyá. Pero estaban en su absoluto derecho de reivindicar el Peñón como otros salen a la calle con banderas republicanas a reivindicar la República y nadie les asalta, ni les canea, ni arroja brutalmente botellas de cervezas a las mujeres. Simplemente porque están en su derecho de hacerlo. Pero parece que las calles solo son de quienes se la roban a la libertad. E intimidan a los medrosos, a los pusilánimes. La calle no puede perderla la libertad a manos del infestas bacterias que afloran con la crisis. La calle es nuestro toro. Y ese toro, para finalizar con Hernández, es una clase media que busca las tablas porque no se despertó como despierta un toro, cuando se le acomete con traiciones lobunas…
publicado en ABC de Sevilla el 16 de Octubre de 2013
Alza, toro de España, levántate, despierta. Tanto nos ha dormido el opio de la equidistancia, la morfina del panfilismo político que, el Día Nacional, un grupo de personas fue agredido salvajemente por una partida de jabalíes montunos que asaltaron la calle que nos pertenece. Esa calle llamada libertad. Libertad de reunión, de expresión y de manifestación. Los agredidos portaban banderas constitucionales. Y proclamaban el derecho inalienable de disfrutar del Día de todos los españoles reivindicando el Peñón. Yo no quiero del Peñón ni las chocolatinas «After Eight». ¿Soportar en este traje mal hilvanado por los nacionalismos soberanistas que aún es España a cuatro llanitos creyéndose el culo de la reina Isabel II? Tequieiyá. Pero estaban en su absoluto derecho de reivindicar el Peñón como otros salen a la calle con banderas republicanas a reivindicar la República y nadie les asalta, ni les canea, ni arroja brutalmente botellas de cervezas a las mujeres. Simplemente porque están en su derecho de hacerlo. Pero parece que las calles solo son de quienes se la roban a la libertad. E intimidan a los medrosos, a los pusilánimes. La calle no puede perderla la libertad a manos del infestas bacterias que afloran con la crisis. La calle es nuestro toro. Y ese toro, para finalizar con Hernández, es una clase media que busca las tablas porque no se despertó como despierta un toro, cuando se le acomete con traiciones lobunas…
publicado en ABC de Sevilla el 16 de Octubre de 2013
Artículo magnífico, certero y valiente. Enhorabuena al autor.
ResponderEliminarJosé Manuel Sánchez del Águila