Elegante melancolía
Por Nacho Toledano
Javier Compás
escribe muy bien. Por eso mismo, no ha sido ninguna sorpresa
comprobar que su nuevo libro, la recopilación de relatos cortos
La Sala Japonesa y Otros Relatos
(Anantes 2.016), está maravillosamente bien escrito. Pero eso,
aunque evidente, no lo es todo. Si a mí el libro me ha gustado
muchísimo no es sólo por la sana envidia que me provoca el
prodigioso uso del lenguaje del que hace gala Javier
Compás sino porque -misterios de este tinglado
portentoso que algunos llamamos escribir- ha sabido
transmitirme sensaciones, sentimientos, evocaciones y
percepciones que, muchas veces a lo largo de los quince relatos,
he reconocido como propias.
Es muy difícil crear este vínculo especial con el lector. Es muy
difícil que el autor sepa tejer un hilo emocional de afinidad,
siempre frágil y difuso, con sus lectores. La recopilación de
Javier me ha emocionado precisamente
por eso: porque me ha hecho volver a sentir sensaciones conocidas
y porque me ha llevado a rescatar, de la muy baqueteada maleta
que empieza a ser mi vida, personas y escenarios que me han
marcado para siempre. En este sentido, un relato bien escrito es
como una conversación tranquila con un amigo: bastan tres o
cuatro palabras bien utilizadas para definir perfectamente una
situación o una idea. Como aquellas que se tienen, por ejemplo,
con Javier Compás paseando
por Sevilla o por el viejo y céntrico
Madrid.
Flota sobre el libro una poética niebla de elegante melancolía:
de nostalgia sobre todo aquello que perdimos y sobre todo aquello
que hubiera merecido la pena conservar. Una tristeza acariciada
con la delicadeza que se da a las cosas bellas. La desdicha sólo
merece ser contada si se sabe expresar con la sensibilidad que
ello merece. Por suerte, el autor es un tipo
elegante -por dentro y por fuera- y sabe
vestir sus historias con un manto indudable de buen
gusto. Tal vez por esa razón, el libro me ha llevado también
a Fernando Pessoa. Por cierto, y no
sólo porque Javier Compás sea también
un enamorado de Lisboa.
Esa Lisboa profundamente mágica y compleja, a la que
algunos de nosotros -hijos del desarraigo y de la devastación
personal- hemos aprendido a querer con la fuerza hipnótica del
mito. Sabiendo que siempre nos sorprenderá descubrir una esquina
nueva de Lisboa, pasear por una de sus antiguas calles
empedradas -por la que nunca habíamos antes paseado- o volver a
entrar en esa vieja tienda de libros y grabados de la que no
puedes prescindir. Lejos de Lisboa y lejos de
ti... como nos recuerda
Javier en uno de sus cuentos dando a la
Ciudad, en las bellísimas estrofas de la canción de
Pasión Vega, su indudable carácter de
patria de los amores imposibles y de los sueños malogrados.
Lisboa y la vida, vagando siempre bella entre las luces
y las sombras de nuestros naufragios y de las esperanzas que una
vez perdimos. Lisboa, siempre entre la realidad, la
ensoñación y la quimera.
Decir Lisboa es decir Fernando
Pessoa. El pasado 30 de Noviembre de 2.015
celebramos el ochenta aniversario de la muerte del fascinante
poeta portugués de las decenas y decenas de personalidades
distintas -los heterónimos- y de una obra extensa, misteriosa,
profunda, hipnótica y enrrevesada. Leyendo el último libro de
Javier Compás, no he podido menos que
acordarme de Lisboa, de Fernando
Pessoa y de la saudade.
Lo mejor de todo es que me consta que a
Javier le va a gustar mucho esta
asociación de ideas, porque seguro que -como a mí- también le
gustan la cadencia suave y la fuerza expresiva de la poesía
portuguesa. Hay mucho
de saudade en este libro.
La saudade es un concepto profundamente
portugués que no tiene una clara traducción al castellano: lo
mismo sirve para significar que echas de menos a alguien que no
has visto hace mucho tiempo que para -también y entre otras
muchas cosas- describir un peculiar estado indefinible de
tristeza y de melancolía. Una particular nostalgia que nos lleva
a añorar no sólo aquello que tuvimos sino también aquello que no
llegamos a tener. Escribió Pessoa que
no hay saudades más dolorosas que las
de aquellas cosas que nunca fueron ("Ah, não há saudades mais
dolorosas do que as das coisas que nunca foram!").
saudade de
aquellas situaciones que te has repetido mil veces en un
involuntario flash diario y que, a veces, te
siguen doliendo como viejas heridas de batallas antiguas y
perdidas.
Y es cierto. Aunque hace muchos años ya que, en una calurosísima
tarde de verano, se marchó aquella persona que daba sentido a mi
vida, sigo todavía pensando en lo que hubiera pasado si se
hubiera quedado a mi lado. Esos pensamientos que, al caer la
tarde tras un día ajetreado, te asaltan con la persistencia cruel
de la derrota. Entonces es cuando piensas en lo que hubiera
pasado si las cosas hubieran ido bien. Se aparecen así, con
absoluta nitidez y por unos segundos, la casa en la que vivirías
con ella si no se hubiera ido, los lugares que visitarías y los
viajes que harías, la antigua ciudad en la que desenvolverías tu
rutina cotidiana, las películas que verías o las pequeñas cosas
que, día tras día, van convirtiendo a una pareja en algo sólido y
estable: qué es lo que hiciste mal y qué es lo que hiciste bien,
y qué es lo que no supiste hacer para que no se fuera. Todo, en
definitiva: la nostalgia sin fin de las cosas que nunca han sido
y de las que ya no podrán ser. La doble tristeza de la pérdida y
del abandono, junto a la de las cosas que ya no pueden ser
vividas. La
Eso es lo que me ha traído leer El
Atico o La Carbonería -la felicidad
eterna de aquellos lugares que nos han marcado- o Plaza del
Pozo Santo. La belleza de la remenbranza de lo que fue y
de lo que ya nunca será El lirismo heróico de la derrota.
No olvidemos que, a la larga, siempre es más interesante el
derrotado: una cierta mística del fracaso y de la pérdida, y del
dolor profundo de la devastación y de la desesperanza. Literatura
del abandono y de la sucesión de los cataclismos internos que
produce, y evidente belleza en su descripción casi textual.
Son ya muchos años los que van marcando mi fracaso. Me he
acostumbrado a convivir con
esta saudade de derrotas y de
guerras lejanas, luchadas y perdidas. Pero, a veces, y en medio
de sensaciones que nunca te detienes a explicar -entre otras
cosas porque nadie las entendería como tú las entiendes- aparecen
prodigiosas sorpresas como la de La Sala Japonesa y
Otros Relatos. Y alguien vuelve a definir, a
golpe de corazón y de vida vivida- la insondable
nostalgia del amor que has perdido y la profunda amargura de un
sentimiento cierto. Gracias
Javier... orgulloso de tu
amistad. Un libro que merece la pena y que,
evidentemente y dicho lo dicho, os aconsejo leer despacio en
estas vacaciones.