sábado, 16 de julio de 2016

Reseña de La sala japonesa y otros relatos de Javier Compás, por Nacho Toledano

Elegante melancolía
Por Nacho Toledano

Javier Compás escribe muy bien. Por eso mismo, no ha sido ninguna sorpresa comprobar que su nuevo libro, la recopilación de relatos cortos La Sala Japonesa y Otros Relatos (Anantes 2.016), está maravillosamente bien escrito. Pero eso, aunque evidente, no lo es todo. Si a mí el libro me ha gustado muchísimo no es sólo por la sana envidia que me provoca el prodigioso uso del lenguaje del que hace gala Javier Compás sino porque -misterios de este tinglado portentoso que algunos llamamos escribir- ha sabido transmitirme sensaciones, sentimientos, evocaciones y percepciones que, muchas veces a lo largo de los quince relatos, he reconocido como propias.
Es muy difícil crear este vínculo especial con el lector. Es muy difícil que el autor sepa tejer un hilo emocional de afinidad, siempre frágil y difuso, con sus lectores. La recopilación de Javier me ha emocionado precisamente por eso: porque me ha hecho volver a sentir sensaciones conocidas y porque me ha llevado a rescatar, de la muy baqueteada maleta que empieza a ser mi vida, personas y escenarios que me han marcado para siempre. En este sentido, un relato bien escrito es como una conversación tranquila con un amigo: bastan tres o cuatro palabras bien utilizadas para definir perfectamente una situación o una idea. Como aquellas que se tienen, por ejemplo, con Javier Compás paseando por Sevilla o por el viejo y céntrico Madrid.
Flota sobre el libro una poética niebla de elegante melancolía: de nostalgia sobre todo aquello que perdimos y sobre todo aquello que hubiera merecido la pena conservar. Una tristeza acariciada con la delicadeza que se da a las cosas bellas. La desdicha sólo merece ser contada si se sabe expresar con la sensibilidad que ello merece. Por suerte, el autor es un tipo elegante -por dentro y por fuera- y sabe vestir sus historias con un manto indudable de buen gusto. Tal vez por esa razón, el libro me ha llevado también a Fernando Pessoa. Por cierto, y no sólo porque Javier Compás sea también un enamorado de Lisboa.
Esa Lisboa profundamente mágica y compleja, a la que algunos de nosotros -hijos del desarraigo y de la devastación personal- hemos aprendido a querer con la fuerza hipnótica del mito. Sabiendo que siempre nos sorprenderá descubrir una esquina nueva de Lisboa, pasear por una de sus antiguas calles empedradas -por la que nunca habíamos antes paseado- o volver a entrar en esa vieja tienda de libros y grabados de la que no puedes prescindir. Lejos de Lisboa y lejos de ti... como nos recuerda Javier en uno de sus cuentos dando a la Ciudad, en las bellísimas estrofas de la canción de Pasión Vega, su indudable carácter de patria de los amores imposibles y de los sueños malogrados. Lisboa y la vida, vagando siempre bella entre las luces y las sombras de nuestros naufragios y de las esperanzas que una vez perdimos. Lisboa, siempre entre la realidad, la ensoñación y la quimera.
Decir Lisboa es decir Fernando Pessoa. El pasado 30 de Noviembre de 2.015 celebramos el ochenta aniversario de la muerte del fascinante poeta portugués de las decenas y decenas de personalidades distintas -los heterónimos- y de una obra extensa, misteriosa, profunda, hipnótica y enrrevesada. Leyendo el último libro de Javier Compás, no he podido menos que acordarme de Lisboa, de Fernando Pessoa y de la saudade. Lo mejor de todo es que me consta que a Javier le va a gustar mucho esta asociación de ideas, porque seguro que -como a mí- también le gustan la cadencia suave y la fuerza expresiva de la poesía portuguesa. Hay mucho de saudade en este libro.
La saudade es un concepto profundamente portugués que no tiene una clara traducción al castellano: lo mismo sirve para significar que echas de menos a alguien que no has visto hace mucho tiempo que para -también y entre otras muchas cosas- describir un peculiar estado indefinible de tristeza y de melancolía. Una particular nostalgia que nos lleva a añorar no sólo aquello que tuvimos sino también aquello que no llegamos a tener. Escribió Pessoa que no hay saudades más dolorosas que las de aquellas cosas que nunca fueron ("Ah, não há saudades mais dolorosas do que as das coisas que nunca foram!").
saudade de aquellas situaciones que te has repetido mil veces en un involuntario flash diario y que, a veces, te siguen doliendo como viejas heridas de batallas antiguas y perdidas.
Y es cierto. Aunque hace muchos años ya que, en una calurosísima tarde de verano, se marchó aquella persona que daba sentido a mi vida, sigo todavía pensando en lo que hubiera pasado si se hubiera quedado a mi lado. Esos pensamientos que, al caer la tarde tras un día ajetreado, te asaltan con la persistencia cruel de la derrota. Entonces es cuando piensas en lo que hubiera pasado si las cosas hubieran ido bien. Se aparecen así, con absoluta nitidez y por unos segundos, la casa en la que vivirías con ella si no se hubiera ido, los lugares que visitarías y los viajes que harías, la antigua ciudad en la que desenvolverías tu rutina cotidiana, las películas que verías o las pequeñas cosas que, día tras día, van convirtiendo a una pareja en algo sólido y estable: qué es lo que hiciste mal y qué es lo que hiciste bien, y qué es lo que no supiste hacer para que no se fuera. Todo, en definitiva: la nostalgia sin fin de las cosas que nunca han sido y de las que ya no podrán ser. La doble tristeza de la pérdida y del abandono, junto a la de las cosas que ya no pueden ser vividas. La
Eso es lo que me ha traído leer El Atico La Carbonería -la felicidad eterna de aquellos lugares que nos han marcado- o Plaza del Pozo Santo. La belleza de la remenbranza de lo que fue y de lo que ya nunca será  El lirismo heróico de la derrota. No olvidemos que, a la larga, siempre es más interesante el derrotado: una cierta mística del fracaso y de la pérdida, y del dolor profundo de la devastación y de la desesperanza. Literatura del abandono y de la sucesión de los cataclismos internos que produce, y evidente belleza en su descripción casi textual.
Son ya muchos años los que van marcando mi fracaso. Me he acostumbrado a convivir con esta saudade de derrotas y de guerras lejanas, luchadas y perdidas. Pero, a veces, y en medio de sensaciones que nunca te detienes a explicar -entre otras cosas porque nadie las entendería como tú las entiendes- aparecen prodigiosas sorpresas como la de La Sala Japonesa y Otros Relatos. Y alguien vuelve a definir, a golpe de corazón y de vida vivida- la insondable nostalgia del amor que has perdido y la profunda amargura de un sentimiento cierto. Gracias Javier... orgulloso de tu amistad.  Un libro que merece la pena y que, evidentemente y dicho lo dicho, os aconsejo leer despacio en estas vacaciones.