martes, 28 de febrero de 2012

La carta perdida de Leopoldo Panero

De izquierda a derecha y en pie, Miguel Hernández, Leopoldo Panero, Luis Rosales,
Antonio Espina, Luis Felipe Vivancos, J.F. Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda
y Juan Panero. Sentados están, Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Díez-Canedo,

Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín. Gerardo Diego, en el suelo.
 
 En 1969 publicó Luis Rosales en Ediciones Cultura Hispánica El contenido del corazón. Ese libro iba dedicado así: “Hoy como ayer a Leopoldo Panero”, y en el “Prólogo a manera de justificación” insistía Luis: “Publiqué esta versión integramente en el periódico ABC, dedicándola entonces a Leopoldo Panero, que en tantas cosas fue mi ejemplo y en todas mi amigo”. La amistad de ambos poetas fue poco menos que proverbial y estaba comprendida en un círculo más amplio, pero no menos exclusivo, formado por Laín, Maravall, Aranguren, Valverde, Vivanco, Ridruejo, tal vez incluso Zubiaurre y Alfonso Moreno. Puede que esta relación sea inexacta, ya que no hago más que rememorar de referencias. Tan juntos iban siempre esos nombres que un ingenio satírico acuñó para dos de ellos la expresión “Rosanco y Vivales”, me figuro que a raíz de la publicación por ambos de la magna recopilación de la Poesía heroica del Imperio. Hablando de Imperio, al morir en Sevilla el insigne americanista don José Antonio Calderón Quijano, en la gacetilla necrológica aparecida en ABC se enumeró entre sus méritos el de haber suministrado a los diplomáticos Castiella y Areilza la documentación que les permitió escribir al alimón una obra célebre en su día. Esa obra se titulaba Reivindicaciones de España, y junto a ellas resultaban modestitas las pretensiones que Franco antepuso a Hitler en Hendaya como condición para entrar en la guerra. Terminada ésta, coincidió Foxá con sus dos compañeros en el Palacio de Santa Cruz y les dijo:

- Tengo entendido que van a editar ese librito vuestro en formato de sello de Correos… Así os lo podréis tragar con mayor facilidad.

En ese círculo de amigos la trinca que más sonaba era, ya digo, Panero, Vivanco y Rosales, una especie de línea media de la poesía española que sustituía a aquellas legendarias líneas medias de nuestras aficiones deportivas de trasguerra: Gabilondo, Germán y Machín; Celaya, Bertol, Nando; Alconero, Félix, Mateo; Huete, Ipiña y Lecue… Sin embargo, cuando yo llegué a Madrid y empecé a frecuentar el bar del Instituto de Cultura Hispánica y la redacción de Cuadernos Hispanoamericanos, esa línea media quienes la formaban eran Panero, Rosales y Souvirón, José María Souvirón, que volvió de Chile y residía en el colegio mayor Cisneros.

Yo de Panero conocía Escrito a cada instante en aquella colección de “La encina y el mar” ilustrada por José Caballero; había oído recitar, magistralmente por cierto, En las manos de Dios a Carmina Morón, y algo me había llegado de la polémica y los epigramas en torno al Canto personal, carta perdida a Pablo Neruda, respuesta airada a las infamias del Canto general. Con infamias y todo, el Canto general fue un acontecimiento poético en el que el gran poeta Neruda dio lo mejor y lo pero de sí mismo. También carmina Morón recitaba, y cómo, Abraham Jesús Brito, (poeta popular), pero junto a esas estampas entrañables de gente humilde de América, a las etopeyas de sus héroes y a descripciones caudalosas de su naturaleza, había explosiones de mala prosa en verso con insultos de baja ley y peor estilo. Nada de esto podía rebajar la calidad monumental del poema. Me comentaba entonces en Sevilla un becario canario de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos que tampoco las pasiones políticas del Dante menoscaban La Divina Comedia.

Leopoldo Panero tuvo el arrojo de recoger el guante y replicar a su antiguo amigo del Caballo verde de la poesía, y escogió para ello la forma clásica de la epístola moral. Yo no puedo decir, aun hoy, que en el Canto personal no haya altibajos; también los hay en el Canto general y no por eso voy a decir de su autor que es, como decía Juan Ramón, un “gran mal poeta” o, como creo que dice Trapiello, un “gran poeta menor". A mí me sobran tanto esos adverbios como la biografía de Neruda, y sigo creyendo que el Canto personal es uno de los grandes monumentos de nuestras letras.

No conozco el prólogo que Ridruejo le puso al Canto personal; sólo sé que, años después, a propósito de no sé qué, me dijo Ridruejo: “Neruda miente”. El caso es que la mayor virtud de ese “gran mal poema” es su mayor defecto, que es la desorganización. Poema de acarreo, cabe muy bien precindir en su lectura de toda la basura política que lo lastra, en tanto que en el de Panero, su misma estructura de tercetos encadenados no permite saltarse los ripios que fuerza la vehemencia polémica, por muy limpios que sean sus motivos. El poema de Neruda es un río tan torrencial y caudaloso que disuelve y disipa toda la basura que en el cauce principal vierten las cloacas de los poblados por los que pasa. En cambio, el de Panero es una construcción arquitectónica en la que a la fuerza se ha de notar la calidad de los materiales y el acierto con que estén colocados. Lo dinámico y amorfo tiene más defensa que lo estático y cristalino.

Tuvo además otra cosa en su contra la ambiciosa epístola de Panero, cual fue la de ser expresión de la filosofía política oficial en lo referente a la Hispanidad, a la que Panero llevaba prestando servicios relevantes. Bastaba que el poema resultara adicto al Régimen para que sólo viéramos en él los ripios y las disonancias, con gran indignación por cierto de Rafael García Serrano, que desde Arriba o desde una de las revistas del S.E.U., salió en su defensa arremetiendo contra los exquisitos que lo criticaban “cogiéndose la pluma con un papel de fumar”. Uno de ellos, Blas de Otero, le dedicaría un epigrama que me llegó por tradición oral: Carta perdida. No creo / que llegara a su destino / llevando tanto “franqueo”. A Blas de Otero, en cambio, no se le tuvieron en cuenta los ripios y prosaísmos abominables en que consistió su obra a partir de En castellano, pues por algo, como era público y notorio, era maníaco-depresivo y miembro del Partido Comunista. Suya es también esta perla: Voy a China, / a ver si me oriento.

Hoy, en una situación política invertida en todas las acepciones del término, cabe leer el Canto personal sin las reservas de antaño, sin los prejuicios y las anteojeras con que, en cualquier época y bajo cualquier régimen, leemos todo aquello que directamente agrada o beneficia al Poder. De este modo cabe comprobar que, si el poema en cuanto tal es un poema frustrado, tiene largas tiradas de tercetos de una inspiración, una solidez, un colorido y una sonoridad inmejorables: Recuerdo que en Colombia hay una espada / enterrada en un pico, en nieve pura, / con trote y esqueleto de nevada. / Recuerdo el Magdalena a larga altura,/ cortando la distancia del planeta / como surca una yunta Extremadura. O bien: Una guerra es un íntimo combate, / y no una voluntad a sangre fría: donde cae Federico, el agua late; / donde cayó un millón, la tierra es mía. / Unos caen, otros quedan, nadie dura; / y tan sólo el Alcázar no caía. Cito estas estrofas porque constituyen el arranque de tiradas que tratan respectivamente de la naturaleza y de la historia; en las que el poema remonta el vuelo épico en alas de lo descriptivo y lo narrativo. Evocan además algo que entonces escocía mucho y sigue escociendo al antifascismo monomaníaco: la gesta del Alcázar de Toledo.

Hay obras literarias cuyo mayor acierto está en el título. Tal ocurrió en aquellos mismos años con El Jarama, excelente “ejercicio de redacción”, como decía Ignacio Aldecoa, pero cuyo título evocaba una de las más gloriosas derrotas del bando que en Toledo sufrió uno de sus fracasos más bochornosos. Pero eso no bastaba. Cuando, a mediados de los años 70, se cumplió la profecía de Ganivet y España fue por fin pasto de los puercos, se trató de infligir a la memoria de Leopoldo Panero la afrenta póstuma - en la que creo que hubo reincidencia - de una película infame en la que se utilizaron los despojos de una familia deshecha y desmoralizada. Eran tiempos de asalto a la familia y al paterfamilias. Llamarle entonces a uno “paternalista” equivalía a llamarle “corporativista” o “fascista”, insultos muy eficaces con que la hez de la nación le comió la moral a más de un pusilánime. Recuerdo haberme salido en el entreacto de una plúmbea comedia de un autor de moda que tenía que ver con pájaros, en la que la actriz largaba interminables cursilerías sobre el tiránico padre difunto que tenía enjaulados a los pájaros. Por aquel entonces, la hija de Alberti, que tenía algunas desavenencias con su padre, tuvo el mal gusto de dirigirle una carta abierta en la que, con pedante fraseología de freudiana bonaerense, llegaba nada menos que a compararlo con Franco. “Matar al padre” era la consigna, o por lo menos ponerlo en la picota. Yo reaccioné con un poema titulado El desencanto de Leopoldo Panero en el que quise desagraviar a alguien que fue para mí, como para Luis Rosales, “en tantas cosas mi ejemplo y en todas mi amigo”.

Aquilino Duque 13 de Junio de 1995, El Correo de Andalucía, sección La Mirada.

EXPOSICIÓN FOTOGRAFICA DE FERNANDO ALDA


“Si la torre de Babel se hubiera construido, no existiría la arquitectura”.


Architetture ove il desiderio può abitare. Jacques Derrida

Fernando Alda y yo, aunque en ciertos momentos pueda parecerlo, no formamos exactamente un equipo. Es decir, no desarrollamos un “trabajo colectivo con un discurso conceptual común”. Nuestras propuestas fotográficas son intencionadamente autónomas y se relacionan con intereses creativos muy personales, pero nos encontramos tan estrechamente unidos, compartimos tanto tiempo y vivencias, e intercambiamos tantas ideas, opiniones y experiencias que algún proyecto terminaría por mostrar -de una u otra forma- ese cimiento común sobre el que se construye.
Se trata de una base compuesta por materiales muy diversos e inexplicables, entre los que tiene una presencia verdaderamente singular la arquitectura: El espacio, en el tiempo, habitados. Cada uno de nosotros, en el pasado, hemos realizado diversos proyectos relacionados con ella, con puntos de vista y objetivos muy diferenciados.
Desde intereses particulares con poco en común. Ahora, o más exactamente en el comienzo de 2011, hemos orientado nuestra mirada hacia un tiempo arquitectónico que consideramos completamente desatendido. Nos hemos propuesto, de común acuerdo y con actitudes bien diferenciadas, registrar la propia construcción del espacio y oponer nuestra observación, y nuestras imágenes, a su efímera temporalidad. Tratamos de reconocer sus momentos característicos, identificar sus cualidades específicas, encontrar su propia estética y dotar de cierta materialidad a una existencia -asumida por todos- como fugaz y transitoria. La concepción y la comprensión del espacio arquitectónico han evolucionado siempre de forma paralela al pensamiento filosófico, habiendo sido utilizado por éste en muchas ocasiones como metáfora para explicar otros conceptos no estrictamente arquitectónicos. Siendo esto así históricamente, las razones fundamentales de un entrelazamiento tan firme son más identificables desde 1951, cuando Martin Heidegger expuso en la localidad alemana de Darmstadt su reflexión “Construir, habitar, pensar”. Una reflexión, crítica respecto de las construcciones masivas desarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial, no tanto establecida “a partir de la arquitectura, ni de la técnica” como, más bien, con la intención de abarcar “aquella región a la que pertenece todo aquello que es”. Aún así, la arquitectura -o, para ser más precisos, su theoría- ha hecho suyo este discurso plenamente, aceptando la metáfora como identidad, y la concepción/comprensión del espacio arquitectónico tiene hoy un carácter puramente existencial: “Construir es propiamente habitar”; “El habitar es la manera en que los mortales son en la tierra”; “La existencia es espacial”.
Desde entonces -igualmente- las relaciones entre la fotografía y la arquitectura no son sino el resultado lógico de este punto de vista, con total independencia del valor instrumental que la una adopte respecto de la otra. Es decir, tanto si la imagen fotográfica ha sido construida mediante el objeto arquitectónico, como si el espacio arquitectónico ha sido descrito mediante la técnica fotográfica, el resultado mostrado debe ser entendido como una manifestación del espacio existencial humano, que no discrimina entre arquitectura fotografiada y fotografía de arquitectura.
Quizás por ello, Fernando Alda gusta de observar a menudo la sutil diferencia que pueda establecerse entre su actitud profesional y su posición personal respecto de la arquitectura. Él sabe que, cuando trabaja a diario en la descripción fotográfica de los edificios que le proponen los arquitectos, dedica toda su experiencia, intuición y poética al registro de una fugaz apariencia. A la descripción -en el sentido amplio y generoso- del espacio arquitectónico más conceptual, previo al momento de ser habitado y justo antes de adquirir su pleno sentido con la ocupación humana. Por otra parte, en cambio, todos sus proyectos fotográfico-arquitectónicos de carácter personal, han tratado sobre la verdadera existencia del hábitat construido. Y éste último trabajo no constituye una excepción. “La poética del esqueleto” forma parte de esa indagación sobre el espacio existencial que se orienta ahora hacia su propia construcción, ejerciendo un nuevo esfuerzo por traspasar la piel de una apariencia en la que a diario debe mantenerse.
En el capítulo 11 del libro del Génesis, se desarrolla la conocida narración de la Torre de Babel: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras”, cuando los semitas decidieron la construcción de una torre “cuya cúspide llegue al cielo”. Un logro -hasta entonces- exclusivo de Jehová que debió considerarlo una osadía intolerable y los castigó por ello con la incomprensión, la diversidad y la dispersión. Un relato muy breve, desarrollado en apenas nueve versículos, que ha generado gran cantidad de literatura e iconografía y todo tipo de reflexiones sobre su contenido, que supera en mucho la sola mención de unos acontecimientos legendarios.
Respecto de la arquitectura, lo que describe el Génesis no es sino la limitación permanente que ésta debe salvar en cada nueva construcción. Y demasiadas veces ya, a lo largo de su historia, la certeza de la superación se ha visto inmediatamente sustituida por la insatisfacción y el desamparo al constatar la persistencia del fracaso inicial.
Los estilos y los eclecticismos se han alternado tantas veces, que quizás podamos seguir considerando la arquitectura como una propuesta de entendimiento, homogeneidad y agrupación, pero -inevitablemente, tambiéndeberemos reconocer como propios el caos, singularidad y distanciamiento que se manifiestan libremente durante el proceso de su construcción.

Gabriel Campuzano

domingo, 26 de febrero de 2012

Sánchez Dragó y La División Azul

Reseñamos por su interés histórico y cultural, el programa Las Noches Blancas del pasado día 22 en Telemadrid, donde intervienen, Ignacio del Valle y el productor de la película Silencio en la Nieve, Luis Togores y Gustavo Morales, autores de los libros Falangistas y La División Azul y Enrique de Aguinaga y su libro Aquí hubo una guerra.

http://www.telemadrid.es/?q=programas/las-noches-blancas/las-noches-blancas-la-division-azul

Manuel Barrios

Ha muerto Manuel Barrios, escritor que ha sido encuadrado en eso que se dió en llamar "narraluces", algo parecido al boom hispanoamericano pero con peor fortuna a la hora de ser reconocido por el mundo literario.
Diversos medios de prensa escrita han publicado reseñas de su fallecimiento. Precisamente en ABC, diario en el que colaboró bastante tiempo con su columna El Baratillo, se publica una página completa, se habla de sus novelas, dos veces finalista de premio Nadal y ganador del premio Ateneo de Sevilla, entre otros. Lo que no se cita son las dificultades que tuvo para publicar en los últimos años, ni su ostracismo por criticar el felipismo. Tampoco se cita que fue pionero en revisar la historia más reciente en la llamada "Transición democrática" con la publicación de su libro El Ultimo Virrey, Queipo de Llano, en cuya primera página tiene una sentida dedicatoria a Blas Infante. Pero Barrios, hombre independiente, evolucionó de su "progresía" setentera y fue tachado de colaborador de la derecha mediática. Fue condenado por injurias contra José Manuel Lara, cuando declaró que el premio Planeta era un fraude y su concesión una cuestión meramente política.
Fascinado por personajes claves en la historia de la España del siglo XX, no sólo se fijó en Queipo de Llano, también escribió el libro Consigna: Matar a José Antonio, sobre el fundador de Falange Española, libro documentado con valioso material gráfico, como las fotos "cedidas" por Antonio Lucena, militar sevillano ya fallecido que fue el autor de numerosas fotos en la cárcel Modelo de Madrid donde estuvo preso junto con Primo de Rivera. Obra a la que le costó ver la luz, siendo finalmente publicada en la colección dirigida por Fernando Jiménez del Oso, Investigación Abierta, de la editorial nowtilus. En definitiva el libro esgrime el argumento de como el franquismo manipuló la figura de José Antonio para su provecho, tergiversando su doctrina, Barrios intenta "devolver a José Antonio Primo de Rivera al lugar de la historia de España que le corresponde".
Sus novelas El Crimen, La Espuela y, sobre todo, Epitafio para un señorito, le aseguran un lugar destacado en la reciente historia literaria de España. Obtuvo cuarenta y cuatro premios literarios, la Antena de Oro y cuatro premios Onda por su labor radiofónica.
Nació en la gaditana isla de San Fernando en 1924, donde tiene calle, no así en Sevilla, donde residia desde que era muy joven, aunque en su barrio, el Polígono de San Pablo si tiene una glorieta el diputado republicano socialista Manuel Barrios, fusilado en 1936. Manuel Barrios, escritor y periodista, murió fumando y trabajando a los 87 años de edad. Descanse en paz.

A. C. Ademán.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Las memorias de Tapies. ¿Antifranquista?: Tampoco

Edición digital |  LETRAS

Tàpies en sus memorias: ¿Para qué servimos realmente los artistas?

"Tengo una fotografía en la que Franco, rodeado de gente importante, está parado delante de mis cuadros... Todos ríen."


ELCULTURAL.es | Publicado el 07/02/2012

Antoni Tàpies escribió esta Memoria personal (Seix Barral) que recoge, como él mismo explica en el prólogo, "las circunstancias de mi vida, las influencias recibidas, el itinerario interior que he recorrido o las búsquedas personales que se encuentran en la base de mi pintura", contemplando "no sólo su posible utilidad didáctica para otros artistas más jóvenes, sino porque también me parecía que me ayudaría a tomar conciencia y a orientarme a mí mismo". Una crónica personal que abarca desde la Barcelona de la anteguerra civil al Madrid franquista y desde el París del existencialismo al Nueva York de los años cincuenta; y por la que desfila una fascinante galería de personajes que son emblemas de nuestro tiempo -de Picasso a Miró, o Duchamp-. En el centro de su autobiografía, la obra pictórica, iluminada por la palabra.



El director de aquellos cursos era el que posteriormente sería director general de Bellas Artes, Gratiniano Nieto. Tenía noticia, por Alexandre Cirici y otros que habían asistido, de que el año anterior había habido igualmente algunos actos bastante sugestivos por la calidad del público y porque se prestaban a un diálogo interesante. Acepté y, con Teresa, que ya esperaba el primer hijo, emprendí el viaje. Nos acompañó Tharrats, en sustitución de Joan Teixidor, que era quien primeramente yo había propuesto para hablar de la evolución de la nueva pintura en relación con los otros hechos culturales de Barcelona en aquellos últimos años, el cual no pudo venir.
Tapies y Eugenio D,Ors

Hicimos escala en Burgos, que no conocíamos, y pasamos luego unos días muy agradables en la simpática ciudad del norte, donde encontramos a otros amigos que ya conocíamos, como Gaya Nuño y su mujer, que estaba allí para hablar de Cossío en el mismo ciclo de la universidad, y algunos otros más. Volvimos a encontrar a Luis Rosales, quien me hizo de presentador en la conferencia y con el que pasamos muy buenos ratos. Conocimos a Carola y José María Moreno Galván, cuya amistad nos ha acompañado luego siempre. También al pintor Carlos Pascual de Lara (que murió poco tiempo después), el cual fue entonces el fabuloso animador de las veladas con sus chistes, su extraña simpatía y sus imitaciones, que hacían época, de toda una galería de personajes de Madrid, viviseccionados con su humor corrosivo. El pintor Zabaleta corría también por allí vestido impecablemente de blanco. Benjamín Palencia, entrando y saliendo de su coche, saludado gorra en mano por su chauffeur. Alfonso Sastre -¡cuántas veces hemos pensado en vosotros, Eva y Alfonso!-, que ofreció una conferencia y unos diálogos a los cuales, recuerdo, prohibieron al público asistir. El pintor Pancho Cossío, de Santander, que también fue muy atento con nosotros, a pesar de la fama de mal carácter que tenía, etc.

Al acabar mi parlamento -la lectura, en realidad, de lo que llevaba escrito- hubo algunas interpelaciones un poco botarates como, por ejemplo, las de un tipo que se hizo portavoz y defensor del «realismo español», y expuso la genial idea de que en aquellos momentos era mucho más interesante pintar la capra hispanicaque hacer pintura abstracta. Aparte de esto, sin embargo, todo fue normalmente, sin grandes polémicas. Recuerdo a una persona que se adelantó a felicitarme efusivamente por lo que había dicho: era Pedro Laín Entralgo.


A partir de entonces empecé a acostumbrarme a ir a París con frecuencia, como si fuera un barrio más de nuestra ciudad. Asistí a la inauguración de la colectiva de todos los pintores y escultores que habíamos formado el equipo de la galería Stadler y al cabo de poco volví para mi exposición personal. A continuación, Stadler se ocupó de otras exposiciones que me solicitaban para diferentes puntos de Europa.

Cuando se celebró en Barcelona una de las Bienales Hispano-Americanas que organizaba el Instituto de Cultura Hispánica, me pareció oportuno en aquella ocasión aceptar la invitación, ya que creía que sería un buen momento para que todo Barcelona viera mis nuevas pinturas de entonces. Tanto en Europa como en Estados Unidos la cosa ya rodaba bastante y mi nombre iba haciendo poco a poco su camino. En cambio, aquí siempre todo había sido de minorías, y tal vez entonces, me pareció, tenía la ocasión de dar un golpe.

Las circunstancias echaron abajo casi completamente mis planes, porque la comisión que tenía el cometido de aceptar las pinturas que se presentaban rechazó algunas mías y yo estuve a punto de retirarme indignado. La intervención de Joan Ainaud de Lasarte, quien hizo de hombre bueno, me convenció para que presentara otras realizadas exactamente en el mismo tiempo y con características semejantes, pero que el jurado creyó mejores, y la cosa siguió adelante, aunque no por el cambio de obras, de ello estoy seguro, sino porque empezaba a trascender, con escándalo, mi protesta. (Las telas rechazadas, al cabo de pocas semanas, pasaron a manos de uno de los mejores coleccionistas de Europa: Philippe Dotremont, de Bruselas.) Recuerdo que Joan Ramon Masoliver también me prestó su apoyo, y creo que su intervención fue decisiva sobre todo para que los cuadros quedaran colgados dignamente.

Cuando, con Teresa, visité la exposición, encontramos mis pinturas tan absolutamente diferentes de todas las demás expuestas y tan fuertemente desoladas y desplazadas, que nos pareció inmediatamente que aquello realmente armaría un alboroto. Además, no sé si por casualidad o por picardía de los que los pusieron, justo en el medio, encima de mis tres grandes cuadros, había un cartel, como en todas, las salas para distinguir los países, que decía: ESPAÑA.

Efectivamente, no nos equivocamos, y, el alboroto surgió. Me oí decir de todo en los periódicos y tanto los elogios como las burlas, que fueron mayoría, se encarnizaron durante semanas. Yo me lo tomaba como una desgracia, pero recuerdo que nuestro amigo Prats, con su experiencia, me consoló diciéndome que ni, pagando una fortuna se podría nunca conseguir la publicidad que me hicieron aquellas polémicas y todo aquel torrente de letra impresa que me cayó encima, lo que al fin y al cabo beneficiaba la difusión de mis imágenes, que era lo que en definitiva interesaba. Por desgracia o por suerte, nunca lo sabré, era una exposición local y las cosas no trascendieron fuera del país tanto como creíamos.

[...]

Tengo una fotografía en la que Franco, rodeado de gente importante, está parado delante de mis cuadros en una de las Bienales Hispano-Americanas. En un rincón del grupo está Llorens Artigas medio escondido, tapándose la cara para no ser sorprendido por los fotógrafos. Todos ríen. Según Artigas, alguien, creo que era Alberto del Castillo, le decía a Franco: «Excelencia, ésta es la sala de los revolucionarios.» Y parece que el dictador dijo: «Mientras hagan las revoluciones así...»


¿Para qué servimos realmente los artistas? ¿Qué son estos hechos tan inofensivos ante la marcha implacable de los poderosos de la historia? Arena, granos de arena, cosas insignificantes que a menudo hacen reír, miserables... ¡gotas de agua! De cualquier modo, tal como dice Hermann Hesse: «El agua es más fuerte que las rocas, el amor más fuerte que la violencia.» Thoreau y Gandhi también enseñaron la desobediencia civil.1

Aquellos últimos años ya había tenido ocasión de prestar atención al budismo en general, lo que no he dejado de hacer con los años. El antiguo camino de Buda, el «pequeño vehículo» o budismo hinayana, había sido la base necesaria de mi estudio. Incluso tuve la voluntad de dedicar parte de un verano a la traducción del inglés al catalán (manuscrito que conservo) de una serie de capítulos de la exposición hecha por Piyadassi Thera: las cuatro nobles verdades, los tres aspectos del dolor, los estados condicionados, el análisis de los cinco grupos o agregados mentales, el origen del dolor, la interrelación e independencia de todos los fenómenos, las acciones y reacciones, el proceso kármico, el cese del dolor, la extinción del deseo, el vacío perfecto, el óctuple camino... Y tantas cosas que se desprenden de estas verdades esenciales que todavía prestan soporte a ideas y prácticas necesarias al hombre «alienado» de hoy: su disposición puramente humana, no mesiánica ni venida de ningún más allá, absolutamente democrática y contraria a las castas, a favor de la liberación de la mujer, del libre pensamiento, de la investigación crítica, de la búsqueda no sólo teorética, sino mirando esencialmente a la vida...

Y todo eso se me hacía todavía más patente ahora en el Mahayana, en el Tx'an (Zen en japonés). «Se leen libros, se asiste a conferencias, se escuchan ávidamente muchos sermones, se ensayan diversos ejercicios religiosos, diversas disciplinas. Y, naturalmente, también llega un momento en que nos preguntamos qué es el Tx'an», dice su más importante propagador, el maestro Suzuki.

Para el intelectual de hoy, para quien son insuperables los preámbulos de la fe religiosa pero que, en cambio, parece necesitado de preservación o de creación de tantos y tantos valores espirituales, de una comprensión unitaria del Universo, tan necesaria para nuestro equilibrio psíquico, encontrarse con el Tx'an es como el respiro aliviado de quien reposa después de un largo camino. Encontrarme de repente con los fundamentos tan terriblemente sencillos de aquel pensamiento, sin necesidad de dioses, ni dogmas, ni ritos, ni escrituras, fue una revelación que, por su increíble modernidad, me causó una gran atracción. En conjunto, la influencia del hinduismo y del budismo (del Tx'an especialmente) ha sido un gran impacto y una lección inmensa sobre algunos escritores y artistas, en mucho de lo que se ha llamado luego «contracultura», y las consecuencias han de ser forzosamente todavía de gran entidad. Éstas han sido, naturalmente, muchísimas; incluso las revisiones y los intentos de apertura, por ejemplo, de un sector de la Iglesia católica, tan anquilosada hasta ahora, son una prueba de ello. 


 

1. Véase H. D. Thoreau, La désobéissance civile, J. J. Pauvert, París, edición del 150 aniversario de su nacimiento. También Gandhi, Autobiografía, la historia de mis experimentos con la verdad, G. Kraft, Buenos Aires, 1955. También Acharya Vinoba, La révolution de la non-violence, Albin Michel, París, 1958.


© Del libro al que pertenece el fragmento aquí publicado

Diseño original de la colección: Josep Bagà Associats
Título original: Memòria personal. Fragment per a una autobiografia (Editorial Crítica, 1977)
Primera edición en Seix Barral: octubre 1983
Primera edición en este formato y diseño: marzo 2003
© 1977, Antoni Tàpies
Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción:
© 1983, 2003: EDITORIALSEIXBARRAL, S. A.
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