lunes, 23 de agosto de 2010

La dictadura de guante blanco

Día 23/08/2010 - 07.26h
Cierro la contraportada del libro e inmediatamente abro las ventanas a la reflexión. «Nosotros», de Yevgeni Zamyatin, es una profecía muy anterior al Gran Hermano que Orwell aventuraba para el año 1984. La novela que el ruso escribió en 1921 desde las entrañas mismas de la Revolución es trágicamente premonitoria. Con ella se inició la literatura de las distopías del siglo XX, una palabra árida pero tristemente actual. La distopía es el antónimo de la utopía. El sueño presuntamente imposible de una sociedad idílica frente a la pesadilla supuestamente inalcanzable de una sociedad deplorable. La quimera o el fin del mundo. El trostkysta Zamyatin vaticinó que el sometimiento a lo colectivo desde la corrupción de las ideas produciría el efecto contrario del deseado por el comunismo. Y acertó más allá incluso de los límites del totalitarismo tal y como lo seguimos entendiendo académicamente. Porque lo que hemos descubierto es que el absolutismo también se puede practicar bajo el manto de la democracia. Esa sociedad que imaginaba Zamyatin con casas de cristal para que «El Benefactor», omnipotente amo socialista, pudiera ver la intimidad de la gente a través de los ojos de su guardia y castigar no ya al disidente, sino al que tal vez pudiera llegar a serlo, no es tan distópica como parece. El yo prohibido y el nosotros impuesto por el poder tiene hoy plena vigencia por mor de la corrupción del lenguaje. La comunicación del poder, esto es, la propaganda, se ha convertido en la principal herramienta de represión de los estados. Como escribe Vázquez Montalbán, esta corrupción lingüística de la que hablo se puede llevar a cabo por dos vías: a través del terror —fascismo o estalinismo—, o a través de la persuasión de masas —laborismo o socialdemocracia—. Más allá del lado del que procedan las ideas, el político del siglo XXI tiende a controlar al pueblo con absoluto desprecio a su libertad. Hitler o Stalin son los paradigmas más descarados. Pero otros líderes instalados en la altivez intelectual de la democracia practican medidas de control muy parecidas mientras abominan de estos regímenes del terror. Nos empaquetan sus consignas y maniqueísmos. Dominan la Educación y la gestionan para dirigir el pensamiento. Prohíben en nombre de la libertad y bajo el aval del sufragio. Justifican cualquier barbarie escudándose en que han sido elegidos por el pueblo.
Pero las personas a las que se prohíbe el yo han descubierto que esta nueva dictadura también asegura la llegada de las desigualdades. La dictadura de guante blanco. La del eufemismo. La del nosotros. Esa dictadura que ha logrado convencernos de que se pueden prohibir los toros en el parlamento y que sigue alentando la paradoja de vitorear a la minoría en nombre de todos. Concluyo, por tanto: como presumía Yevgeni Zamyatin, no anhelamos la utopía. Luchamos por la distopía. Hacemos lo imposible por alcanzar el modelo ideal del fracaso.

domingo, 22 de agosto de 2010

Leer España por Francisco Robles

Francisco Robles
Día 21/08/2010 - 23.31h
El mismo público que muestra su indignación por la prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue el que guardó un indiferente silencio ante la desaparición de la Literatura Española de los planes de estudio de esas comunidades que son más autónomas que otras. Al arrinconar la obra de los clásicos españoles, el nacionalismo sectario empezó a forjar esas nuevas generaciones se han quedado ancladas en el bucle melancólico del nacionalismo, en la mediocridad de unos escritores regionalistas cuya obra sólo es útil para trenzar la propaganda que sirve de alimento ideológico a los cachorros de la causa.
«Leer España» es un hermoso libro de Fernando García de Cortázar donde se recorre nuestra milenaria historia a través de los poetas, novelistas y ensayistas que la han escrito en sus textos literarios. Porque España no solamente se ama o se odia, se crea o se destruye. España también se escribe en los epigramas sarcásticos de Marcial o en los textos sobrios de Séneca y Lucano. España es romana cuando se lee en latín y musulmana cuando Al Motamid se lamenta por la pérdida del reino taifa de Sevilla en su exilio marroquí. España se lee en el castellano alfonsí de las cantigas y en los sonetos italianizantes de Garcilaso, en la prosa limpia y llana de Cervantes y en los claroscuros de Quevedo.
Para leer España hay que liberarse de trincheras y prejuicios. Tan España es Azaña como Ortega, Alberti como Rosales, Manuel como Antonio Machado. Quien no lea a España en sus escritores será un analfabeto español, o viceversa. ¿No llama Dámaso Alonso analfabetos líricos a los que saben leer poesía? Pues eso mismo es lo que pretenden los nacionalistas periféricos y egoístas: crear una generación de analfabetos de lo español. Por un lado se eliminan los mil y un matices que puedan aportar Baroja, Unamuno, Cernuda, Delibes, Cela o Muñoz Molina, y por el otro se reduce lo español a la imagen kitsch, cutre y rancia que se destila en los alambicados alambiques del nacionalismo más retorcido y carca. Así se matan dos pájaros sin disparar un tiro mientras los polluelos permanecen en el nido del terruño.
Los nacionalistas han conseguido apartar el cáliz de España, como pedía César Vallejo en un sentido más trágico y menos demagógico, para que los jóvenes no puedan beber el vino que vendía Lázaro de Tormes ni el sabroso mosto de granadas que paladeaba San Juan de la Cruz. Así se consigue agrandar la obra de un racista furibundo e iletrado como Sabino Arana, por poner un ejemplo. Una obra, por cierto, que sus herederos ideológicos esconden para que no salgan a la luz sus barbaridades xenófobas, homófobas y racistas. Justo lo contrario que hace García de Cortázar al iluminar la historia de España con textos que nacieron en todos sus rincones, en todas las lenguas que aquí se hablan y se hablaron. Versos y prosas que responden a todas las visiones del mundo que uno se pueda imaginar. Eso es España. La España que algunos quieren arrumbar en el baúl de los tópicos. La España que García de Cortázar ha hilvanado con los textos que la han escrito. La España escrita que debemos leer para curarnos del nacionalismo excluyente, esa forma de analfabetismo.

Leer España por Francisco Robles

Día 21/08/2010 - 23.31h
El mismo público que muestra su indignación por la prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue el que guardó un indiferente silencio ante la desaparición de la Literatura Española de los planes de estudio de esas comunidades que son más autónomas que otras. Al arrinconar la obra de los clásicos españoles, el nacionalismo sectario empezó a forjar esas nuevas generaciones se han quedado ancladas en el bucle melancólico del nacionalismo, en la mediocridad de unos escritores regionalistas cuya obra sólo es útil para trenzar la propaganda que sirve de alimento ideológico a los cachorros de la causa.
«Leer España» es un hermoso libro de Fernando García de Cortázar donde se recorre nuestra milenaria historia a través de los poetas, novelistas y ensayistas que la han escrito en sus textos literarios. Porque España no solamente se ama o se odia, se crea o se destruye. España también se escribe en los epigramas sarcásticos de Marcial o en los textos sobrios de Séneca y Lucano. España es romana cuando se lee en latín y musulmana cuando Al Motamid se lamenta por la pérdida del reino taifa de Sevilla en su exilio marroquí. España se lee en el castellano alfonsí de las cantigas y en los sonetos italianizantes de Garcilaso, en la prosa limpia y llana de Cervantes y en los claroscuros de Quevedo.
Para leer España hay que liberarse de trincheras y prejuicios. Tan España es Azaña como Ortega, Alberti como Rosales, Manuel como Antonio Machado. Quien no lea a España en sus escritores será un analfabeto español, o viceversa. ¿No llama Dámaso Alonso analfabetos líricos a los que saben leer poesía? Pues eso mismo es lo que pretenden los nacionalistas periféricos y egoístas: crear una generación de analfabetos de lo español. Por un lado se eliminan los mil y un matices que puedan aportar Baroja, Unamuno, Cernuda, Delibes, Cela o Muñoz Molina, y por el otro se reduce lo español a la imagen kitsch, cutre y rancia que se destila en los alambicados alambiques del nacionalismo más retorcido y carca. Así se matan dos pájaros sin disparar un tiro mientras los polluelos permanecen en el nido del terruño.
Los nacionalistas han conseguido apartar el cáliz de España, como pedía César Vallejo en un sentido más trágico y menos demagógico, para que los jóvenes no puedan beber el vino que vendía Lázaro de Tormes ni el sabroso mosto de granadas que paladeaba San Juan de la Cruz. Así se consigue agrandar la obra de un racista furibundo e iletrado como Sabino Arana, por poner un ejemplo. Una obra, por cierto, que sus herederos ideológicos esconden para que no salgan a la luz sus barbaridades xenófobas, homófobas y racistas. Justo lo contrario que hace García de Cortázar al iluminar la historia de España con textos que nacieron en todos sus rincones, en todas las lenguas que aquí se hablan y se hablaron. Versos y prosas que responden a todas las visiones del mundo que uno se pueda imaginar. Eso es España. La España que algunos quieren arrumbar en el baúl de los tópicos. La España que García de Cortázar ha hilvanado con los textos que la han escrito. La España escrita que debemos leer para curarnos del nacionalismo excluyente, esa forma de analfabetismo.

La amenaza de la ocupación del Estado por los "reformadores de almas"


Carmelo López-Arias
Dalmacio Negro analiza el proceso histórico y las raíces doctrinales de cómo una estructura artificial al servicio del poder político natural fue usurpada con intenciones que hay que frenar.

La Historia de las formas del Estado de Dalmacio Negro Pavón es una extraordinaria síntesis del magisterio de su autor. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad CEU San Pablo y emérito de la Complutense de Madrid, en los últimos años viene desgranando en artículos y libros una interpretación coherente y completa de la evolución de las ideas en la modernidad, con base en un principio fundamental: la distinción entre lo político y lo estatal.

En Occidente hemos llegado a identificar ambos conceptos, precisamente por la absorción del primero por el segundo, acelerada en los últimos decenios.

La expansión del Estado

Aunque con precedentes en las monarquías patrimoniales de la Edad Media (y, "como todo lo decisivo en Europa", subraya Negro, en estructuras eclesiásticas), el Estado tiene su origen en el humanismo del Renacimiento italiano, y se traduce en un monopolio de cuatro elementos característicos del poder: las armas, la moneda, la burocracia (que "desliga la función de la persona", a la postre un elemento decisivo de la estatalización generalizada de la sociedad) y las leyes.

No es malo que surgiera como instrumento necesario ante los nuevos desafíos a los que se enfrentaba el mundo en aquel momento, apunta el autor. El problema es que ha terminado invadiéndolo todo a medida que reducía el espacio de su principal antagonista: la libertad política, descentralizada y difuminada hasta entonces. Y que es además un ámbito de moralidad, pues otra característica del Estado es su neutralidad moral: la "razón de Estado" que censuraron duramente los teólogos españoles del Siglo de Oro y que ha acabado convirtiendo al Estado en un fin en sí mismo.

Esta evolución histórica es particularmente evidente en el caso español, justo porque la Monarquía hispánica, alérgica por historia (el Imperio) y principios (la religión católica como su núcleo vivificador) a la estatalidad, determinó que nuestro país no se incorporase de verdad al proceso hasta bien entrado el siglo XIX. Gaspar de Guzmán, conde-Duque de Olivares, y Carlos III son momentos importantes, pero según Negro le corresponde a Antonio Cánovas del Castillo haber instituido en España un Estado digno de tal nombre.

Al servicio primero de las monarquías, la estatalidad se hace luego teórica servidora de las naciones, cuando el Pueblo o Nación se incorpora como actor político a partir del romanticismo y la Revolución Francesa. Pero con el paso del tiempo, ni al pueblo (ahora con minúsculas) representa el Estado. Convivió durante un tiempo con tradiciones inveteradas que daban personalidad a las naciones, pero ha terminado por someterlas todas a su ley.

Llega entonces la hora de un totalitarismo sutil de faz socialdemócrata, en donde el Estado monopoliza la política (esto es, no consiente ningún poder real que le sea ajeno) y con ello la libertad política. Con estas páginas de Negro entendemos mejor por qué los partidos (o los sindicatos) son vistos hoy con razón como organizaciones que generan más problemas que resuelven, pero incrustadas de tal forma en la estructura del Estado que toda regeneración –incluso cuando caen en una corrupción tan hedionda que parece que algo tiene que cambiar- se hace imposible.

El dominio de las almas

No contento con ese monopolio absoluto, el Estado se halla en nuestros días ocupado por "reformadores sociales que buscan transformar milagrosamente a su gusto la sociedad y la naturaleza humana, a las que desprecian u odian". Buscan la "directio de las almas" (¿cómo no pensar, al leer estas líneas, en la Educación para la Ciudadanía de José Luis Rodríguez Zapatero, o en su empeño por destruir el Valle de los Caídos?), y eso, concluye Negro, constituye una "situación antipolítica insostenible": es el fin de la libertad política -el fin de la libertad, a secas, como presupuesto de la moralidad-. Que sólo podrá recuperarse con una "desestatización de la verdad de lo Político y la Política".

"La verdad os hará libres", sentencia de los Evangelios, revela así su virtualidad política. Porque otro de los méritos de Dalmacio Negro en esta obra consiste en descubrir la importancia de la religión (y de su rechazo) en la configuración del poder natural (y artificial) en las sociedades. Lo que él denomina "giro ateiológico" conduce la mentalidad de los hombres hacia el colectivismo. La Iglesia separó lo Sagrado de lo Profano. El Estado, que comenzó apoderándose de todo el ámbito de lo Profano, tampoco quiere la competencia de lo Sagrado, y busca ocupar ese terreno o suprimirlo.

¿Qué nos espera a corto y medio plazo?

Las últimas páginas de esta Historia de las formas del Estado son una interesante prospectiva del mundo en su situación presente, con la catástrofe demográfica que se cierne sobre Occidente, las estructuras antidemocráticas propias de la Unión Europea, el renacer del estatismo en los Estados Unidos de Barack Obama y el despotismo de las oligarquías en los medios de comunicación, la cultura o las finanzas.

Un panorama pesimista si no fuese porque, como insiste Negro continuamente, sus fundamentos son antinaturales. El día en que quiebren, lo que resurgirá no hay que crearlo: está ahí, es el ser humano con su sociabilidad y su politicidad a cuestas, como Dios lo creó, a salvo siempre, si sabe resistir, de cualquier Leviatán antiguo o moderno.

viernes, 20 de agosto de 2010

LA REVOLUCIÓN Y LA GUERRA Del Ebro al Volchoff, Ida y vuelta y hasta hoy I. por JUAN JOSÉ SANZ JARQUE, (ISBN: 8497390946)


La Revolución y la Guerra nos presenta, a través de los ojos de quien apenas tenía diez años, la implantación del «comunismo libertario» en 1932 en su pueblo natal de Castel de Cabra, en la provincia de Teruel, y los acontecimientos revolucionarios que jalonaron la vida de la II República y que culminaron en la Guerra Civil.El proceso revolucionario es descrito, en un testimonio de primera mano, desde la angustia que acaba con la paz y la tranquilidad de un pueblo. La revolución es la «gran hoguera» que termina con la vida familiar, la escuela, la parroquia, el horno, el molino, la fragua: todo cuanto puede ser el hábito común de un niño de pueblo. Un mundo que va desapareciendo paulatinamente hasta concluir en el «carnaval final»: la gran tragedia de 1936.Narra el autor, de manera cronológica, los sucesos de la Revolución y la Guerra Civil, según los vivió en aquel pueblo que se encontraba en primera línea del frente de Aragón.Y después de la Guerra, con la Victoria de la España nacional y la implantación del Nuevo Orden, la esperanza de retomar lo interrumpido bruscamente, la paz, la ilusión de vivir... y de nuevo el estallido de una nueva Guerra, la Mundial, donde aquel niño luchará como un hombre en el frente ruso.

lunes, 16 de agosto de 2010

Habanera por un Llovet difunto


Antonio Burgos (ABC)
Había nacido en 1917 en la Málaga de, pongamos, José María Souvirón. O en la de Manolito Altolaguirre si lo prefieren. Como tantos poetas andaluces, había nacido dotado con las armas de la palabra, como Minerva de la cabeza de Zeus. Como poeta arrancó, a la sombra del paraíso es muy fácil escribir versos. Fue luego diplomático y crítico teatral. El crítico de ABC. Cuando en estas páginas los estrenos de las obras teatrales del patrón, de Juan Ignacio Luca de Tena, o sea, «Don José, Pepe y Pepito» o «¿Dónde vas Alfonso XII?» no los cubría el crítico de la Casa, sino que se reproducía luego el juicio de la competencia, de «Pueblo», de «Informaciones», de «Arriba».

Hablo de Enrique Llovet, de cuya muerte me entero por un obituario que glosa no sólo su extensa labor como crítico y teórico del teatro, sino como autor y ensayista. Pero se olvidan, ay, de obras fundamentales de Llovet que la gente ni siquiera sabía que eran suyas. Ignoran al Enrique Llovet autor de canciones. A Llovet le pasaba un poco como a don Fernando Lázaro Carreter. A don Fernando Lázaro la gente lo conocía por su libro sobre comentarios de textos con el que aprobamos la Reválida de Cuarto, o por sus dardos en la palabra. Pero no como autor de «La ciudad no es para mí». Sí, la más famosa obra de Martínez Soria la escribió nada menos que el académico don Fernando Lázaro Carreter, ¿pasa algo?

Pues pasa que a Llovet le ocurría algo parecido, pero con sus canciones. Todos nos sabemos de memoria canciones que escribió, cuya autoría conocen apenas los especialistas. Canciones popularísimas. Consulto el «Cancionero general de España» de Vázquez Montalbán y hallo que dos canciones suyas, dos, fueron las que más recaudación obtuvieron en la Sociedad de Autores en sendos años: en 1945, «Yo te diré»; en 1947, «Luna de España». Yo te diré, yo te diré que Enrique Llovet escribió una de las más bellas habaneras compuestas nunca, la que cantaba Nani Fernández en «Los últimos de Filipinas», con música de Jorge Halpern. Si cito los primeros versos, usted es capaz de cantar la habanera entera, en el recuerdo de la tristeza de rayadillo colonial y escarapela rojigualda del uniforme de los héroes de Baler: «Yo te diré por qué mi canción/ te llama sin cesar,/ me falta tu risa, me faltan tus besos,/ me falta tu despertar,/ mi sangre latiendo, mi vida pidiendo/ que tú no te alejes más».

Pocas veces en una canción ha habido tanta ternura, tanta nostalgia, tanta delicada hermosura. Tanta fuerza tiene la letra, que, como en la copla de Manuel Machado, el pueblo no recuerda ya quién la escribió. Ni siquiera quién la cantaba. Como se sabe de memoria otro gran éxito que Llovet escribió para la revista «Hoy como ayer» de Celia Gámez, con música de Fernando Moraleda: «Luna de España». Cuando lean el primer verso seguro que también pueden cantarla entera: «La luna es una mujer/ y por eso el sol de España/ anda que bebe los vientos/ por si la luna lo engaña»... No, la que engaña es la memoria, que hace que permanezcan en el olvido los nombres de los poetas que pusieron versos indelebles para la banda sonora de nuestras vidas.

Por eso le he querido dedicar hoy con toda justicia a Enrique Llovet esta habanera en forma de artículo. Como dijo en su verso inolvidable, «cada vez que el viento pasa se lleva una flor». La flor de nuestra memoria sentimental.

viernes, 13 de agosto de 2010

La Memoria Histórica inspira un ataque a la estatua de Cortés. Unos vándalos dañan la escultura por ser una «representación fascista»


ABC
J. A. / MADRID
12/08/2010


Los tentáculos perniciosos de la Memoria Histórica y el revisionismo revanchista auspiciado por el Gobierno se cuelan hasta en los monumentos en recuerdo del descubrimiento y la colonización de América. Unos vándalos atacaron en la madrugada de ayer la estatua que en honor de Hernán Cortés se erige en Medellín (Badajoz), en la Plaza dedicada al conquistador de México en su pueblo natal.
Tras la actuación de estos bárbaros, que mancharon con pintura roja el conjunto escultórico, se vislumbra la inspiración de algunos argumentos que con tanta insistencia pregona la Memoria Histórica puesta en boga por el Ejecutivo socialista.
La acción de este grupo de gamberros, autodenominados «Ciudadanos anónimos», se basa en dos premisas erróneas y absurdas. La primera asegura que «la obra representa a Hernán Cortés pisando la cabeza de un indio». La segunda defiende que la escultura supone «una representación fascista». Lo curioso es que tanto una cosa como la otra son falacias sin sentido. Lo que se sitúa a los pies del histórico personaje no es un indio, sino trozos de altares e ídolos aztecas. Detalle conocido por los habitantes de un pueblo que ayer se lamentaban del absurdo ataque a uno de los monumentos más admirados del lugar.
Razonamientos absurdos
Y difícilmente podría catalogarse de fascista a un trabajo artístico con 120 años de antigüedad, iniciado en 1889 por el escultor Eduardo Barrón e instalado un año después. La estatua, fundida con bronce de viejos cañones, se encuentra rodeada por sendas cabezas de leones en cada uno de los lados del pedestal y sobre ellas se pueden apreciar los cuatro escudos representativos de las cuatro grandes batallas ganadas por Cortés en la conquista del imperio azteca: Otumba, Tlaxcala, Tabasco y México.
Tras completar su fechoría, los salvajes dejaron junto a la estatua unos panfletos justificando su acción. Aseguran en el escrito que la escultura es «la glorificación cruel y arrogante del genocidio y un insulto al pueblo de México». Asimismo señalan que «pueden observarse símbolos que representan a las instituciones política, religiosa y militar junto a la cabeza despojada de un indio que está bajo el pie izquierdo de Cortés», héroe nacional al que califican de «asesino pobre». Y en el colmo del absurdo alardean de que han utilizado el color rojo para su fechoría «pensando en La Roja que hoy (por ayer) juega contra la selección de México».
La Guardia Civil, que investiga los hechos, ha intervenido además de los libelos citados, un bidón de pintura, una brocha y un cubo.

martes, 10 de agosto de 2010

¿CUÁNDO SE TOMARÁ UNA DECISIÓN INTERNACIONAL EN CASTELLANO


Alberto Buela
En estos días, con motivo de la edición de las obras de José Luís Torres (1901-1965), el fiscal de la década infame, la misma editorial me regaló los escritos políticos de Manuel Ugarte (1875-1951), que editó hace unos meses. Dos pensadores nacionales, de dos generaciones distintas, que estuvieron en los albores de la primera guerra por la independencia económica de la Argentina. Aquella que llevaron a cabo miembros de generación de 1910 y que siguieron hombres de la generación del 25.

De su relectura más allá de las agudas observaciones, Ugarte fue el gran viajero político del centenario por todos los países hispanoamericanos exhortando a la unión continental, nos surgió una pregunta: ¿ hace cuántos años que no se toma una decisión política en el orden internacional en castellano?. ¿hace cuanto tiempo que una decisión política tomada en castellano no afecta al orden internacional?.

Ugarte se desgañita en 1912 cuando realiza su primer viaje a Nueva York. Se exalta cuando recorriendo los países hispanoamericanos observa que: “Mientras las colonias inglesas afianzan su vida y se aprestan a ejercer una acción mundial, las colonias españolas se agotan en luchas estériles y olvidan todo anhelo internacional” .
Así, desde 1810 a 1824 (batalla de Ayacucho, última de la guerra de la independencia) nos desangramos para caer en manos de los ingleses y su comercio. Desde 1825 a 1850 nos matamos en las guerras civiles fratricidas, para consolidar el poder anglo-francés sobre Nuestra América. Desde 1850 a 1910 llevamos a cabo un modelo de explotación de nuestros pueblos que sólo sirvió para la creación de oligarquías locales. Desde 1910 a 2010 entregamos, salvo breves períodos excepcionales, todas nuestras decisiones y con ellas todo el manejo de nuestros recursos al Tío Sam.
El problema es que toda la política hispanoamericana se limitó y se limita a la política interna de nuestras republiquetas, la de las luchas estériles de que habla Ugarte. Nuestras guerras son siempre guerras civiles que nos desangran y licuan nuestros mejores esfuerzos. No pudimos superar la política de cabotaje, la política parroquial, la política pueblerina.
Nunca nos hemos dado, ni como países aislados y menos en conjunto, una política internacional. Lo que más hemos hecho han sido negocios internacionales, sobre todo a partir de la venta de artículos primarios y commodities.
Esta política menuda que es la única que hemos practicado los pueblos hispanoamericanos en estos últimos doscientos años nos llevó a la inmovilidad internacional y a aceptar lo decidido de antemano por los grupos o lobbies del poder mundial.
Ugarte da a ello una razón poderosa que no hemos leído en ningún otro autor: “Frente al imperialismo, hemos representado la inmovilidad, y la inmovilidad en política internacional como en la guerra, equivale a la derrota.”

No faltará alguno que nos reclame: ¿pero cómo, San Martín y Bolivar no lucharon por la unidad continental?. ¿No hicieron lo mismo, aunque en menor medida, Morazán en Centroamérica y Rosas en Suramérica?. ¿y los intelectuales del centenario como García Calderón, Ugarte o Bunge no propusieron uniones aduaneras y políticas?. ¿Y Perón no creó el ABC allá por los años cincuenta y el proyecto sindical Atlas para la unidad de nuestra América?. ¿ Alfonsín y Sarney no crearon el Mercosur en 1991?. ¿No se creó en 2004 la Comunidad suramericana de naciones?. ¿no se creó también en ese año el Banco del Sur?.¿ No ha sido la última creación la Unasur en el 2008?.

Pero por qué no han prosperado ni prosperan ninguna de estas iniciativas?. Existe acaso una capitis diminutio de los pueblos hispanoamericanos respecto de los ingleses?. O acaso la falla se encuentra en nuestros dirigentes y en su incapacidad de previsión?
Vamos a intentar una respuesta breve en homenaje al largor de un artículo de divulgación.
En nuestra opinión toda decisión de peso en política internacional tiene que contar con un “arcano”. Es imposible hacer o incidir en política internacional sin contar con un núcleo duro que sostenga la decisión, pues toda gran decisión en política internacional afecta intereses contrapuestos. No existe en ninguna de estas últimas creaciones suramericanas una voluntad política expresa de consolidar un poder autónomo respecto de los lobbies internacionales. Y lo más grave es que no existe el arcano, como secreto profundo. Se comente la estulticia de avisar previamente a aquellos que van a ser afectados por nuestras medidas, de las medias que vamos a tomar. Por ejemplo, se invita en la constitución más íntima de la Comunidad suramericana de naciones, del Banco del sur y de la Unasur a participar a Inglaterra y Holanda a través de Guyana y Surinam.
Los agentes del imperialismo, que no descansa, insisten y propugnan por todos los medios apoyados en la nueva teoría de la dominación “la de los derechos humanos por consenso”, que la Comunidad suramericana y la Unasur no se entiendan sólo en castellano sino que además, por respeto a las minorías, utilicen el quichua, el aymara, el guaraní, el inglés, el holandés, el portugués, el mapuche. Un mecanismo pensado para esterilizar lo poco que se pueda hacer.
Si nosotros no asumimos el castellano como lengua antiimperialista en Suramérica estamos listos, estamos fritos. De ello se da cuenta la dirigencia del Brasil para quien ya no es una lengua extranjera sino de uso diario, sobre todo en los centros de decisión política, así como en las universidades y centros de estudio e investigación.
Como será el peso de nuestra lengua que los ingleses y norteamericanos siguen sosteniendo el mito que el inglés es el idioma más hablado del mundo cuando hace ya, un cuarto de siglo, que el castellano lo ha superado en hablantes. (Hoy existen 450 millones de angloparlantes contra 550 millones de castellano parlantes, a los que si sumamos los luso parlantes se hace una masa de 790 millones de hispano parlantes).
Estos son los datos brutos e incontrastables, su interpretación aviesa e intencionada es ideología de dominación.
Si resumimos vemos que existen tres elementos que van en contra de cualquier tipo de integración regional de los países hispanoamericanos: a) los dos señalados por Ugarte: la luchas intestinas estériles y la inmovilidad internacional. b) la carencia de un arcano en el núcleo de la decisión política y c) la anulación de medio común de comunicación como es una sola lengua.
Estos tres elementos hacen que se tienda a la construcción de un espacio de poder como “una región abierta”, lo que se presenta como una contradicción en sí misma, pues estamos introduciendo la penetración imperialista en su propio seno.
Así estamos logrando lo contrario de lo propuesto pues en nombre de la integración regional los negocios que se hacen benefician a las multinacionales y las medidas bancarias y financieras al imperialismo internacional de dinero. Un verdadero hierro de madera al decir de Heidegger.

Regresando a la respuesta del título podemos afirmar que la última vez que se tomó una decisión en castellano con cierta incidencia en el orden internacional fue la invasión a Malvinas en 1982 pero claro, le faltó lo esencial para conmover el orden internacional: el arcano. Los ingleses sabían de antemano lo que se venía.

AGUSTÍN DE FOXA: Perfiles de un diplomático atípico.


José Antonio Navarro Gisbert (El Manifiesto)
El Foxá envuelto en una espesa nube que hace difícil distinguir en él lo verdadero de lo legendario, lo auténtico de lo verosímil, era merecedor de una biografía esclarecedora de un personaje en la doble acepción de la palabra: la que se refiere a un ser de carne y hueso, y la del que siguiendo los pasos de Pirandello encontró autor. En el caso de que Foxá hubiera tenido más larga vida, y en los años reposados de una fértil existencia hubiera acometido una autobiografía, es probable que le planteara la dificultad de distinguir entre la aureola que se fue tejiendo alrededor de él y lo real a través de su obra literaria y peripecia vital.
Una aproximación a su vida y obra ha venido a corregir una ausencia que chirriaba. Luis Saguera, diplomático de carrera como Foxá, aunque de una generación posterior puesto que su ingreso en el cuerpo data de 1968, ha venido a corregir esta ausencia con una obra publicada dentro de una colección «La valija diplomática» en la que importantes miembros de la carrera han dejado testimonio de su paso por diversos espacios geográficos lugar de destino para el desempeño de sus funciones. Escogidos a voleo figuran en la colección embajadores de España como Jaime de Piniés, representante español en las Naciones Unidas, donde protagonizó destacados episodios diplomáticos; Enrique Llovet, memorable autor de la letra de la habanera que como tema musical de la película «Los últimos de Filipinas» fijó en la memoria de los españoles una época en la que el «yo te diré, por qué mi canción…» hizo fortuna. Llovet, con el seudónimo de Marco Polo ofreció en las páginas de la prensa española de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, una amplia visión de los problemas del mundo, y dado el conocimiento que de él tenía, le permitió definirse como «experto en follones internacionales». Treinta y dos títulos contiene esta «valija diplomática» que permite acercar a los interesados en temas relacionados con la presencia de España en el escenario del mundo al conocimiento de importantes episodios de nuestra política exterior.
Luis Sagrera, al abordar la ejecución de su obra, reconoce, son sus palabras, que «corría el peligro de sentirme desorientado por las afirmaciones y silencios que rodeaban a la polémica figura de Foxá, objeto de apasionadas y opuestos puntos de vista. He tratado de superarlos recordando que de él podría decirse lo que Clouard escribió sobre Alejandro Dumás: “Se le ha reprochado haber sido divertido, fecundo y prolijo ¿Habría ganado algo con ser aburrido, estéril y avaro?”».
Prolífico en el cultivo de diversos géneros, destacó sobremanera como conversador de altos vuelos. Está extendida la opinión de cuantos tuvieron oportunidad de tratarlo todo lo asiduamente que permitía el agitado traslado continuo impuesto por su condición de diplomático, que de haber tomado nota del caudal de sus observaciones, ocurrencias y opiniones acerca de los temas más dispares, dispondríamos ahora de una ingente obra literaria para agregar a la recopilación publicada por Prensa Española.
Fue, entre otras cosas, un insigne escritor oral. La fama de su calidad expresiva de viva voz llegó al extremo de que era suficiente que cualquier anfitrión al invitar a sus comensales pronunciara el «viene Foxá» para garantizarse plena asistencia.
Durante su paso por Italia tuvo ocasión de asistir a la histórica entrevista de Franco con Mussolini que tuvo lugar en Bordighera. Allí fue testigo del argumento que el Caudillo esgrimió ante el Duce, mediante el cual afirmaba la negativa a sumarse a la causa del Eje. La base argumental la desarrolló Franco mostrando a Mussolini un pan negro habitual en el consumo de los españoles de aquellos años. Según Luis Segura, «le dijo que generalmente las guerras comenzaban comiendo pan blanco y terminaban comiendo pan como el que le enseñaba. Con ello quería Franco hacer hincapié en la imposibilidad de que, comenzando por lo que debía ser el final, un país como España entrara en la guerra». Además de Roma dejó estela de su paso por Bucarest, Helsinki, Montevideo, Buenos Aires, La Habana y una luz efímera en Manila de donde abatido por la enfermedad tuvo que ser trasladado a Madrid para vivir sus últimos días.
Los meses transcurridos en la capital finlandesa alcanzaron notoriedad debido al éxito alcanzado por la obra de Curzio Malaparte Kaputt. La arrogancia de este condotiero de la pluma le llevó a decir años después de la publicación de esta obra, modelo dentro de la literatura de escándalo, refiriéndose a Foxá: «el conde Agustín de Foxá, a quien hice célebre con Kaputt…». Lo cierto es que junto con Himmler, Isabel Colonna o la princesa Luisa de Prusia, Foxá es una de las figuras destacadas del libro, pero, por otra parte, brillaba con luz propia, proponiéndoselo o espontáneamente.
Una excursión desde Buenos Aires, donde estuvo destinado, le llevó al altiplano boliviano, y como contagiado por el efecto alucinógeno de la coca que mastican los indios como remedio infalible para combatir el soroche o mal de altura, dejó esta pincelada ilustrativa de toda una cultura: «Fui a Bolivia, donde las indias van vestidas de lagarteranas pero con bombín de Charlot y pendientes de diamantes entre sus trenzas. Llevan siete sayas de diferentes colores y, cuando bailan, se irisan entre las llamas de ojos de mujer y caderas tan voluptuosas que obligarían a dictar una disposición a los Virreyes prohibiendo a los indios pastores del altiplano conducirlas si no iban bien acompañados de sus mujeres. Así nació el pecado nefando que no mereció la anatema de la Biblia porque Jehová nunca vino a América…».
En La Habana, para hacer frente a determinados comentarios, uno de ellos procedente de un conocido empresario azucarero, su capacidad de improvisación le permitió salir al paso de malintencionadas ironías con la siguiente andanada:
Para presumir de genio
y para hablar mal de España
hay que tener mucho ingenio
y el tuyo… sólo es de caña.
Acerca de Foxá una conspiración de silencio ha pretendido ocultarlo a la curiosidad de cuantos puedan tener interés por conocer a los auténticos valores de la literatura española del siglo XX. Ha sido obra de la inteligentsia encargada de expender pasaporte de progresía con criterios dignos de los mejores tiempos del Santo Oficio. Se atribuye a Baroja, nada sospechoso de la más mínima gota de reaccionario, la afirmación de que «la intransigencia de los liberales y de los que en España se llaman avanzados» ha instalado una alcabala para cobrar peaje a los señalados como conservadores, fascistas y otras caprichosas lindezas.
Los 53 años de su corta vida pudieran describirse así: nació, escribió, vivió y murió. Una vida que puede definirse como rica anécdota tras la que se escondía una frondosa personalidad.

domingo, 8 de agosto de 2010

Luís Rosales, transeunte alucinado.


Manuel Gregorio González (Diario de Sevilla)
Con ocasión del bicentenario de Larra, hace ahora un año, ya vimos la parvedad de las celebraciones y el magro entusiasmo con que se recordó a una de las mayores inteligencias críticas del XIX. Al desdichado Fígaro de entonces (Azorín nos recordaba el escaso suceso de su muerte, prestigiada apenas por un Zorrilla adolescente), vino a sumársele este olvido de hoy, cuyo origen es tan oscuro como claras sus consecuencias. No parece que Luis Rosales, altísimo poeta del XX, vaya a correr distinta suerte en este año de 2010. Alguna meritoria antología, quizá un simposio recóndito y emotivo, y después el silencio que a todos, ay, nos iguala. Por fortuna para el lector curioso, existe la memorable edición de sus obras completas (1996), amplísima labor a cuyo cargo estuvieron, asimismo, dos poetas: Antonio Hernández y Félix Grande.

Lo cierto, en cualquier caso, es que el Rosales poeta goza de un reconocimiento (todo lo escaso y pudibundo que se quiera), del que carece por completo el Rosales ensayista. Y a este extraño discurrir de las letras españolas, entre el olvido y la ignorancia, van dedicadas estas líneas. ¿Por qué el "transeúnte alucinado"? Porque así, como "transeúntes alucinados", definió el poeta granadino a una de sus más dilatadas ocupaciones intelectuales; esto es, la radical vigencia de El Quijote, y deambular incesante de sus personajes. En Cervantes y la libertad (1960), extraordinario ensayo de Rosales, no sólo por el abultado monto de sus páginas, sino por la fina argumentación y la profunda verdad que en ellas se contiene, lo que viene a argumentarse, en total consonancia con el ensayismo europeo, es el problema de la libertad humana. O lo que es igual, los diferentes modos en que el hombre ha vivido y entendido este concepto, y principalmente, la fractura que se abre, quizá para siempre, en el siglo barroco, entre el hombre y la sociedad, entre el individuo y su prójimo. Quiere esto decir, en contra de quienes hablan del páramo cultural en la segunda mitad del XX español, que a aquel periodo pertenecen buena parte de nuestra mejor novelística, una excelente gavilla de poetas, además de un ensayismo ejemplar, de poderoso vuelo, como es el caso que hoy nos ocupa.

Si los 50 de Barthes, si los 60 de Sartre y de Camus, si los 70 de Foucault se ocuparon de la libertad y el poder, de su infausta relación, de su ominoso equilibrio, no es menos cierto que todos esos temas están, de modo singularísimo, en la obra ensayística de Luis Rosales. Cuando Foucault, en Las palabras y las cosas, abra su libro con una referencia a la ironía en Cervantes y un ensayo sobre Las Meninas, no estará haciendo sino abundar en un asunto, de capital importancia, que cruza la totalidad del XX. Este asunto no es otro, como ya se ha dicho, que el conflictivo entendimiento de la libertad que se adivina ya en El Quijote. La libertad, vale decir, como valor en negativo, como huecograbado de una antigua presencia. Así, la plenitud de movimientos del Renacimiento, la íntima correlación del hombre con el mundo, viene a sustanciarse, pasado el tiempo, en la abierta hendidura que separa al individuo de cuanto una vez le había sido familiar y cercano. A este súbito distanciarse, a la sorpresa y la extrañeza ante lo obvio, se le llamó ironía. Al dolor que produce esta llaga irresuelta, se le llamará sarcarmo, sátira. Se le llamará Barroco.

He aquí la novedad que descubre Rosales en El Quijote. La orfandad sobrevenida ante lo circundante. Esta misma orfandad, de naturaleza escapista (Alonso Quijano, el licenciado Vidriera, la bella Marcela), es la que Rosales atisba, y con él el pensamiento europeo, en la sociedad de masas que capitaliza el XX. Rosales, cristiano al fin, encuentra la solución en la tríada famosa: fe, esperanza y caridad. Así lo habían hecho antes Chesterton y Bernanos, también aquel gigante ebrio que fue Léon Bloy, y así lo hará, con inusitado lirismo, la obra de Álvaro Cunqueiro. Por su parte, el pensamiento francés, hará una entomología inmisericorde de la sociedad burguesa. En cualquier caso, el diagnóstico es el mismo. El hombre se siente asediado, frágil, inmiscuido en su ser, y la respuesta, barroca por cervantina, es la dilución, la huida, la búsqueda de una improbable Edad de Oro (el Paraíso Original que buscaron Jean Jacques Rousseau y Sabino Arana), en la que sentirse a salvo de diversos gravámenes y artefactos: la sociedad, el Estado, el rumor insistente de lo vivo.

Rosales, al cabo, viene influido por el raciovitalismo de Ortega. Y desde esta concepción del ser humano como empresa (el hombre es una flecha que ignora su destino), es como debe entenderse el firme pensamiento, el asentado discurrir de Luis Rosales. Desde Colón a nuestros días, el hombre ha perdido a sus dioses y ha ganado un concepto ingobernable: el infinito. Esto es lo que se escenifica, con meridiana precisión, en El Quijote y Las Meninas. Ésa es la asombrosa novedad con la que, desde entonces, convivimos. Ante esa vastísima soledad, hija de Kepler y nieta de Galileo, el hombre apenas tiene dos opciones: vivir la vida a ultranza, empuñando la propia existencia como una daga, o enajenarse en la fantasía, en la soledad eremítica, en un delirio vagabundo, como los personajes, alocados y extraños sobre la piel del globo, de Cervantes.

Parece claro que Rosales, "transeúnte alucinado" por el tenue y sin embargo vivo esplendor del mundo, escogió lo primero. Sus versos lo declaran de modo inolvidable: así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón / en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería.

De cuando César González Ruano inventó "El Chiringito"


Sergi Doria (ABC)
Corría 1943 cuando César González-Ruano llegó al sereno mar de Sitges tras un sexenio tumultoso. Allí viviría cuatro años, hasta el 46. Pasó un tiempo en el hotel Subur y luego se instaló en el 22 de la calle Sant Pau, propiedad de Miguel Utrillo: «Era una casa de dos pisos que me pareció muy agradable y que estaba a diez o doce pasos de la playa, entre ésta y la calle Parellada, la más céntrica e importante del pueblo», recordará. El escritor encaló la fachada, comunicó dos habitaciones con un arco y abrió una chimenea.
Después de vivir en París y Berlín, Sitges le brindaba el microclima que encandiló al Rusiñol de las fiestas modernistas. Su primer círculo de amistades: el doctor Benaprés, los escritores Ramón Planas e Ignacio Agustí, los pintores Pere Pruna, Durancamps y Sisquella. Con ellos descubrió los rincones sitgetanos: «En casa, donde tenía la pequeña biblioteca con algunos diccionarios geográficos, me era divertido, durante unas horas, estudiar la geografía y la historia de Sitges. Era casi siempre de noche y el mar, débilmente, llamaba a la ventana».
Colaboraba Ruano por aquel entonces en «La Vanguardia» de Galinsoga y la revista «Destino» que dirigía Agustí —también residente en Sitges—. Iba casi cada semana a Barcelona para cobrar artículos e intervenir en el programa de Soler Serrano en Radio España.
De la calle Sant Pau, Ruano pasó a la calle Mayor con su carga de libros: «Era un piso alegre, muy cuidado, aunque no demasiado grande, en el corazón del barrio antiguo y marinero. Una casa moderna y extraña que trepaba sobre otras casas y sacaba la cabeza al mar por encima de un delicioso paisaje de azoteas que terminaba en la hoz de la bahía, limitada, como un labio de luz en sus comisuras por la iglesia y el edificio del hotel Terramar…» Desde aquella habitación con vistas Ruano comprendía la adicción de los artistas a la Blanca Subur: «No sé si habrá un pintor en esta tierra de pintores capaz de llevar a un lienzo esta geometría casi inverosímil de Casbah limpia, mágica y dificilísima por su sencillez».
Pero el auténtico lugar de trabajo para el escritor bohemio no podía ser la comodidad hogareña, sino el rumor del café. Y Ruano halló su rincón en El Chiringuito, «un café extraño sobre la misma arena, como un pabellón de cristales donde me pareció que podía escribir cada mañana». Fundado en 1913 por el capitán Calafell, es el primer chiringuito de España, que hoy regenta Juan Rubio Grau, El Chiringuito competía en su época con el Pabellón del Mar que frecuentaban los indianos enriquecidos. A estos últimos debe atribuirse el nombre del local que deriva de «chiringo», que es como se llamaba un café en Cuba, según documentó Lázaro Carreter. El líquido filtrado por el calcetín era ese «chiringo» que acabó en el diminutivo: chorrito de café, chiringuito.
Sobre una mesa con azulejos, Ruano pergeñaba artículos de «La Vanguardia» y «Destino» y la novela «La terraza de los Palau» con la que no pudo ganar el Nadal de 1944 desbancado por la reveladora Carmen Laforet. Ignacio Agustí se sorprendió al ver el volumen de cuartillas que acumulaba la mesa del Chiringuito: «Para mí era un fenómeno inexplicable. Porque después, leída la novela, que no ganó el premio como es sabido, resulta que estaba mucho mejor de lo que cabía esperar de las rociadas nocturnas de Pernod que había recibido y de los lavados de cerebro que Ruano había tenido que aguantar, voluntariamente desde luego, para llegar, en realidad, a fraguar la historia anodina de unas damas de Sitges que iban muriendo de aburrimiento y de tristeza junto al mar».
En El Chiringuito nació también el libro «Huésped del mar» del que podemos leer un fragmento en la placa de los jardines González-Ruano: «¡Qué difícil de situar este enorme mundo tan pequeñito en superficie! Sitges es una villa clara y pequeña. Pero limita al Este con las Indias de los virreyes, al Oeste con las costas romanas y las islas griegas, al Sur con Andalucía y Marruecos, al Norte con la Mairie de Montmartre».
A la sombra del Chiringuito, Ruano produjo doce títulos entre 1944 y 1946. Cumplía con sus colaboraciones en Madrid y Barcelona. Pero los cobros a la pieza no bastaban para mantener un ritmo de vida repleto de incidentes erótico-festivos. Los ahorros de sus estancias en Europa —unos once mil dólares— se volatilizaron y hubo de malvender algunas alhajas: «Varias de las novelas que hice entonces fueron para mí verdaderas novelas por entregas. Le mandaba al editor veinticinco folios todos los sábados y él me enviaba por el mismo recadero que le entregaba el original un dinero que debía durar siete días, pero que sólo duraba dos. Así simultaneé muchas veces dos libros sin interrumpir mis artículos y las colaboraciones para la radio». Trabajo febril, generosamente regado de alcohol y café. Ruano se levantaba con la resaca a cuestas, aunque con la disciplina imprescindible para mantener tal producción literaria y periodística. Se levantaba «siempre a la misma hora, a las nueve y media, me tiraba del lecho como un bombero disciplinado y me iba escribir al Chiringuito. Muchas mañanas tenía que hacerlo sujetándome la muñeca derecha con la mano izquierda y un estado de nervios próximo a la locura. A la una venían algunos amigos y dejaba de escribir para hacer tertulia».
Entre Sitges, Barcelona y Vilanova transcurrieron los años catalanes de Ruano. La tentación bohemia pasaba factura: «Con una voluntad tan débil y desmoralizada iba a Barcelona, por ejemplo, para cobrar unas pesetas con las que podía vivir cómodamente mejor un par de semanas y en Barcelona se me enredaban las cosas, me quedaba a dormir, vivía la noche, y, al día siguiente, molido y casi enfermo regresaba a Sitges con una cantidad ridícula».
Como recuerda su amigo Ramón Planas, en los cuatro años sitgetanos de González-Ruano se le tributaron dos homenajes: un banquete en el hotel Sitges y una sesión literaria en la Biblioteca Rusiñol. Pero al final, las deudas precipitaron su marcha. Se acabó la escritura matinal de El Chiringuito y toda una época. La despedida fue la de los grandes amores que pasan de la pasión al desencanto: «Dejé Sitges decidido por mi estado de salud, triste y al mismo tiempo alegre en dejarle. No quise volver la cabeza atrás. No quise, de momento, llevarme nada de la casa, como si a mí mismo me disimulara que me iba. Más tarde levantaron aquel pisito alegre en el Mediterráneo que a mí me proporcionó más que nada tristeza. Me enviaron libros y muebles a Madrid y ya Sitges pasó a los melancólicos desvanes del sueño…»

viernes, 6 de agosto de 2010

TRAS LOS TOROS, NUEVOS RETOS.



Miguel Ángel Loma (A. C. Ademán)
El presidente de la afamada y subvencionada Fundación nacionalista catalana Cacareo, cuyo objeto principal es proteger la plácida vida de los animales avícolas de granjas de Cataluña, ha hecho público los resultados de un sorprendente estudio sobre la distinta sensibilidad que muestran las gallinas de esta comunidad, según el diferente uso gastronómico a que se destinen sus huevos.
A través de agotadoras investigaciones de campo se ha comprobado que las gallinas ponedoras alcanzaban insufribles espasmos de padecimiento cuando en sus jaulas se introducía una clásica tortilla de patatas o tortilla española, mientras que el sufrimiento se transformaba en exultante alborozo cercano al paroxismo gallináceo, cuando la tortilla era sustituida por un par de huevos fritos acompañados de una buena butifarra, o por una fuente de postre rebosante de exquisita crema catalana.
«Se me puso la carne de gallina con tal intensidad, que hasta temí que yo mismo fuera a poner un huevo», declaraba emocionado el presidente de Cacareo tras conocer las conclusiones del citado estudio, anunciando que lo utilizará para exigir una ley que prohíba cuanto antes el consumo de tortillas de patatas en el ámbito territorial de la querida tierra catalana. Pero es tanta la satisfacción producida que, como muestra de solidaridad con los familiares más directos de las gallinas, también ha anunciado una campaña de sensibilización social contra el bochornoso espectáculo público de las tiendas de pollos asados. «No es ético que se les haga dar tantas vueltas después de muertos; y menos aún, a la vista de todos. ¡O regulamos las vueltas o preservamos de algún modo la intimidad post mórtem de estas criaturas!», añadió muy campanudamente entre vítores y sollozos de sus seguidores.

EL ULTIMO DE NOVGOROD


Antonio Burgos.

HUBO un tiempo en que los cerdos con dos cabezas y las gallinas de cuatro alas sólo nacían en La Unión y en Puente Genil. ¿Había en esos pueblos una maldición del diablo? No. Había un buen corresponsal de la agencia Efe, que hacía noticia mundial lo que en los restantes pueblos no pasaba de habladuría de casino. Y exclusivamente en esos dos pueblos solían morir los últimos de Cuba. Un breve telegrama decía que a los noventa años había muerto el último mozo reclutado forzoso para aquella guerra. Parecía que a la guerra de Cuba nada más que hubiesen ido quintos de La Unión o de Puente Genil. Ocurría como con los cerdos con dos cabezas o las gallinas de cuatro alas: que sólo aquellos corresponsales daban dimensión de noticia a un tañido de muertos en la torre del pueblo. Breves líneas que recordaban cargas de los mambises, miedos a los machetes de los insurgentes de Maceo en su zafra de cabezas de españoles, bohíos incendiados, penosas marchas por la manigua de la provincia de Oriente, un uniforme de rayadillo y un sombrero de palma con la escarapela de la bandera de España.

Yo te diré por qué mi canción evoca ahora a otros últimos de otra Cuba. A los últimos soldados españoles que fueron a combatir el comunismo como voluntarios de la División Azul. Los últimos antiguos soldados de trenes de ventanillas florecidas de brazos en alto, de picos de camisas azules asomándoles por la guerrera del uniforme de la División 250, están muriendo en silencio. Ayer, junto a la mar de Cádiz, se me murió el último divisionario que yo conocía. Era el coronel y académico don José Pettenghi Estrada. Yo he estado con él muchas madrugadas de periódico en las trincheras del hielo, en el frío del frente de Leningrado. En su compañía. Pettenghi fue en Rusia el teniente de mi redactor-jefe, de Paco Otero. Y en las madrugadas de la redacción de ABC, mientras esperábamos oír el ruido de la rotativa como si fuera la artillería de los órganos de Stalin en Novgorod, Paco Otero me contaba miedos y grandezas, fríos y heroicidades, amoríos ruskis y nostalgias de un muchacho de la Macarena con el uniforme de soldado del Ejército alemán, a las órdenes de un teniente gaditano, humano y valiente, que se llamaba Pepe Pettenghi. Por eso puedo decir que yo he estado junto a aquel teniente en el lago Ilmen helado, en chabolas bajo la nieve, aguantando bombardeos rusos, de tantas noches de relatos bélicos de Paco Otero. Hasta me sé canciones de la soldadesca divisionaria. Quizá fue El Quini, corista del Carnaval de Cádiz disfrazado de soldado alemán con el escudo de Falange tatuado al brazo, quien le cambió la letra a la Kalinka: «Si no saltas pronto los parapetos/otro año a orillas del Volchov». O al Barrilito de Cerveza: «Te vas a pasar por lila/otro invierno en Krasnigborg».

Paco Otero me hizo la más viva descripción del miedo en una guerra. Una mañana, la compañía dormitaba en el búnker de primera línea. Entró de golpe muy alterado Pettenghi: «¡Venga muchachos, fuera, que los rusos han roto el frente!». Otero me lo describía de tal modo que sentía su frío, su miedo. Me decía Paco Otero:

-Pettenghi entró más nervioso que lo vi nunca. Y al ver que hasta él mismo traía el fusil ametrallador colgado del cuello, cruzándole el pecho, para entrar inmediatamente en combate, se me aflojaron las piernas...

Luego se fajaron con valor y se llenaron de honor en la batalla. Unos soldados de España, hechos una piña con su teniente, junto al palacio de Novgorod. Sí, de donde se trajeron, para que no la profanaran los soviéticos, una cruz ortodoxa. De donde quedaron muchas cruces de muchachos españoles en los cementerios, vino aquella cruz de Novgorod. Ahora una España de libertades la devuelve a la Rusia libre del comunismo que Otero y Pettenghi soñaban. Yo ahora tomo esa cruz rusa y en su memoria la coloco sobre la tumba del teniente Pettenghi. Junto a la mar gaditana del último de Novgorod.

CULTURETA EN LA R.A.E.



Fernando Iwasaki
Día 04/08/2010





El cineasta John J. Healey acaba de publicar un demoledor artículo sobre la pobreza del habla en el cine español, coincidiendo con la entrada en la norma de voces como «cultureta», «muslamen» o «antiespañol». No creo que se trate de dos hechos incongruentes, porque las tres nuevas palabras admitidas sólo circulan en España y muy probablemente no crucen el charco jamás. Por lo tanto, no sé si se puede enriquecer el acervo con expresiones de flagrante pobreza verbal. ¿Para cuándo «noor» como sinónimo del «no» de toda la vida? Total, si está en las calles de España y en más de una teleserie o película española, no veo por qué no podría estar ya en el Diccionario de la RAE.
Señala John J. Healey en «El problema más grave del cine español» (El País, 17.08.10), que una enorme mayoría de españoles habla con frases hechas que refuerza con un lenguaje corporal que sólo son inteligibles en España en general y en ciertas autonomías en particular. En consecuencia, el cine español absorbe todos esos vicios, frustrando así la posibilidad de ser entendido fuera de España e incluso por los propios países de habla hispana. La excepción que confirmaría esa regla —según Healey— sería Pedro Almodóvar, cuyas películas exageran esos registros hasta límites surrealistas, precisamente para convertir la necesidad en virtud. ¿Será así en realidad? Yo vivo hace tantos años en España, que tal vez no pueda ser objetivo.
Pienso en los diálogos de la bellísima película argentina «El secreto de sus ojos», y me arriesgo a decir que no encuentro nada parecido en ninguna película española de los últimos diez años, donde más bien abundan los tacos, los gritos y las expresiones malsonantes. Ni siquiera en «Alatriste» era posible escuchar al protagonista del filme, porque el director optó por esconder el acento no-peninsular de Vigo Mortensen y así el Alatriste del cine se limitaba a gruñir y blasfemar, con una voz a caballo entre la de Darth Vader y Batman «Dark Night».
Healey es rotundo al respecto: «Las películas españolas reflejan la sociedad que les rodea, y eso explica por qué la mayoría de los españoles no nota nada raro. La mayoría de los directores y sus actores logran actuaciones que son naturales en el contexto español —que reflejan cómo actúa la gente de aquí— y que transmiten la dosis requerida de falsedad y uniformidad. Pero la cámara es acultural y neutra y refleja fielmente esas voces tan bajas de los galanes y de los malos, las altas y locas de los que hacen comedia, las protestas fingidas de las heroínas y los hombros de todos ellos, que suben cada dos por tres con cada tosca declaración». Invito a los lectores a comparar la voz de Penélope Cruz en «Volver» con la de Gracita Morales en «Un vampiro para dos».
Que «muslamen» y «cultureta» hayan sido admitidas por la RAE se me antoja una expresión del fenómeno advertido por Healey. Y sobre todo porque «cultureta» es un sustantivo despectivo que sirve para aludir a los periodistas culturales. Paradójicamente, las secciones de Cultura de casi todos los medios se han convertido en secciones de «Ocio», «Tendencias» y «Gente». Es decir, en secciones de Cultureta sin culturetas.